Puig Rovira en los cimientos

Francesc Xavier Puig Rovira murió el pasado 27 de octubre en Vilanova i la Geltrú (Barcelona), su ciudad, acompañado hasta el último aliento por su esposa, Teresa, y sus dos hijos. Tenía 90 años y ha sido durante décadas un puntal de El Ciervo. Era el último de los fundadores vivos de esta revista milagrosa que acumula ya ocho décadas. Nos deja un poco huérfanos, solo un poco, porque nos queda también su ejemplo y el camino que ha ido desbrozando.
Puig Rovira ha sido un hombre poliédrico, con gran vocación de servicio público, una personalidad reconocida con la medalla de su ciudad y apreciada en los círculos en los que se movió con dedicación y eficacia: doctor ingeniero industrial, profesor y gerente de la Universidad Politécnica de Catalunya, historiador, coleccionista de arte y escritor de monografías sobre cerámica y grabado, presidente del patronato de la Biblioteca Museo Víctor Balaguer, directivo de la asociación catalana de bibliófilos, autor de numerosos libros sobre historia de Vilanova i la Geltrú, conferenciante, profesor.
Y el más veterano maestro, amigo y compañero de El Ciervo, miembro destacado hasta su muerte de la junta de accionistas y habitual degustador de la pizza con la que coronamos los consejos de redacción, en los que aportaba ideas, sugería temas y debatía con sensata tozudez. La cultura de la paz, a la que volvimos hace dos números (806, julio /agosto 2024) era una de sus obsesiones. Y la desastrosa deriva de la justcia hacia el descrédito, una de sus preocupaciones mayores: nunca le vi tan indignado como ante el inacabable bloqueo del consejo del poder judicial. Para un ingeniero de formación como era él, celoso defensor, y constructor, de estructuras, partidario de la firmeza institucional, de la forma como garante del orden y la estabilidad, conocedor de la historia y sus lecciones, universitario para quien la educación es un derecho de las personas, un deber del Estado y una necesidad básica para un país, para la libertad, la democracia, la justicia y la convivencia, convencido de que el derecho y las leyes, la constitución, están para proteger al débil y que debe exigirse su cumplimiento estricto y ejemplar sobre todo a los políticos, a los jueces y a los poderes del Estado, aquel bloqueo le parecía una irracionalidad completa, una incongruencia delirante, además de una vergüenza impropia de demócratas de verdad.
Aunque en la mancheta de la revista figure entre los fundadores, Francesc Puig Rovira, diez años más joven que Lorenzo Gomis, no estaba en el equipo inicial. Se incorporó unos años después cuando cayó en sus manos El Ciervo, le gustó y, respondiendo a su afán participativo, se enroló en el equipo. Figura entre los fundadores, sin embargo, porque también lo es. Un proyecto como este no se funda en un día, sino muchas, muchas veces, casi diría que número a número. Francesc Puig Rovira fue en efecto fundador, o más preciso quizá sería llamarle fundamentador, el que asienta los fundamentos, la base del edificio. Ayudó a levantar la empresa, a dar solidez jurídica y administrativa a una publicación que crecía a su aire, de la mano y el entusiasmo de jóvenes universitarios, escritores en ciernes y poetas preliminares, cansados de la oscuridad de la dictadura nacionalcatólica. Era bonito, era peligroso, era incierto. Y había que pagarlo.
La vocación gerencial y la mente contable de Puig Rovira lo convirtieron pronto en la mano derecha de Enric Ferrán, el mayor en edad y, como registrador de la propiedad ya en ejercicio, el más asentado de todo el grupo. Junto a él empezó la obra de cimentación que dio vigor a la empresa y aguante para los momentos difíciles: fueron estos, bien podría decirse, los más, pero han llevado a El Ciervo a sobrevivir entre decenas de naufragios de otros medios y a sumar los 74 años que la mantienen como decana de la prensa española en su género. El éxito de la revista ha sido su continuidad a través de las décadas y más allá de los amigos que hemos ido inevitablemente perdiendo. Y supliendo. Que la revista, esa institución, siguiera era un deseo profundo de Puig Rovira y daba mucho sentido a su forma de ser y de pensar. Ahora él se ha ido y nosotros aquí estamos. •

Por Jaume Boix, director de El Ciervo

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