Qué miedo

que miedo

Artículo publicado en el N.º789 (Sep-Oct 2021)

Algunos piensan que a raíz de la pandemia de covid nos hemos vuelto más miedosos de lo que éramos. Si uno se levanta una mañana con la animosa disposición de emprender cualquier actividad —por ejemplo, vivir— aunque para ello se ayude de un café cargado o de una brisa que tense velas —le vent se lève, il faut tenter de vivre!— y sale a la calle silbando, pronto experimentará lo que es el miedo: verá que los demás se apartan, le miran de reojo o huyen escopeteados: usted lo da.

Con suerte, una piadosa alma arimatea le tomará por un chiflado y tratará de ayudarle pidiéndole discreción porque, compréndalo, ¿cómo puede una persona sana mostrarse optimista en las actuales trágicas cir- cunstancias sin ser tomado por un provocador o un sujeto agente del terror? ¿Que qué circunstancias? La pandemia, la vacunación, la fiebre del megavatio, la ruina del fútbol, la falta de vivienda, los impuestos, el cambio climático, los incendios, la desforestación, los tifones, los ciclones, los tornados, los huracanes de fuerza 1, 2 y 3, las danas, el deshielo de los polos, la mosca negra, el virus de Egipto que ataca a los caballos, la invasión de la vespa velutina, Fu Manchú, los patinetes, los tertulianos, el poder judicial y sus oscuras togas… ¿No ve u oye usted los informativos de radio y televisión? Son un memorial de calamidades. Como en un reflejo de Pavlov, cuando suenan las señales horarias el perro de casa se esconde bajo el aparador y mi abuela se santigua.

—Caramba.
—Es que es para salir corriendo.
—Pues sí, pero ¿hacia dónde?
—Claro, claro. Peor me lo pone: estamos rodeados.
—De miedosos, parece.
—Bueno… algún miedo tendrá usted, supongo.
—Yo, sí. A los gatos.
—¡Vamos hombre, me toma el pelo!
—No, no. Algunos lo llaman intolerancia, alergia o fobia, para darse un aire. Ailurofobia, como Napoleón.
—¿A Napoleón le daban miedo los gatos?
—Como lo oye. Pero él llevaba las botas, que protegen mucho. Y la mano escondida.

Tomarlo con un poco de humor es seguramente una forma de quitarnos los miedos menos peligrosa que los quitamiedos para los motoristas. El miedo, nos recuerda el doctor José Ramón Alonso en este número, es una de las seis emociones básicas que compartimos los humanos y suelen tener una u otra utilidad para la supervivencia. Claro que todos los excesos son poco aconsejables: se puede uno morir de miedo. O puede otro padecer un trastorno genético que le hace inmune a todo tipo de temores, lo que también puede resultar fatal ya sea por aburrimiento o por descuido, pues una de las utilidades del miedo es la preventiva: advertir de algún peligro.

Los psiquiatras han notado en los últimos tiempos mayor trajín en sus consultas, lo que es positivo no solo para sus ingresos sino porque indica cierto creciente grado de superación de los tabúes relacionados con la salud mental. La gente que antes tenía miedo a ir, o a decir que iba, al psiquiatra a contarle sus miedos se ve que ahora, quizá por influencia de Woody Allen o de la exuberancia expresiva de los amigos argentinos, tiende a encontrar esta práctica sumamente enriquecedora, estimulante y un poquito cool. Parece, nos cuenta también el catedrático Jordi Obiols, que se está produciendo un efecto de imitación que induce a acudir a las primeras de cambio al psiquiatra o al psicólogo, casi como una muestra de prestigio. La ansiedad, el miedo, el pánico, las depresiones cotizan al alza y parece que dan mayor prestancia que un resfriado, una anorexia, una bronquitis, una anemia o un simple disgusto pasajero. Si uno ve doble o que se le acercan rostros nebulosos llenos de sombras, pide hora urgente al psiquiatra.

—¿Y qué hacen esos rostros, lo persiguen, le acosan?
—Me saludan.
—Creo que tiene presbicia o cataratas. Vaya usted al oculista. —Uf, gracias, doctor. Creía que eran ánimas del purgatorio y que yo ya estaba allí.

Parece que la influencia de los medios de comunicación tiene mucho que ver con el éxito de los miedos. Así, parafraseando el título de la tesis de Lorenzo Gomis, El medio media, diríamos que el miedo media. Si esto sigue así y va siendo cierto que cada vez nos asustamos más por menos, puede llegar a darse —con permiso de esa autora tan citada, quizá más que leída— una preocupante banalidad del miedo de devastadores efectos para la industria del cine de terror, pues iremos tan bien servidos que ya no nos apetecerá entrar a una sala, pagando, para pasarlo de miedo. Con ver los telediarios bastará: ¡qué horror!

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