Un brote en el páramo

El tiempo está bastante revuelto, el ambiente cargado de electricidad y casi todos andamos alterados al final de este verano ardiente. Los calores han causado algún estrago: cráneos bullendo, mentes sumidas en la perplejidad conciben estrambóticas escenas del absurdo, como la del verdugo/derogador pidiendo al condenado que le eche una mano para proceder a ajusticiarlo/derogarlo limpiamente y evitar de este modo el riesgo de convertirse él en su propia víctima: el derogador derogado. Por no hablar de los siniestros millonarios del fútbol que pervierten la nobleza del deporte y esgrimen con descaro su condición de padrinos de la mafia mundial del negocio del ocio. Qué tropa. Menudo verano. Y qué bochornos. Lástima grande que sea verdad tanta estulticia.

Sin embargo, igual que nada es del todo bueno, nunca nada es del todo malo, y así resulta pues que tantos insomnios en noches tropicales o aquellas tardes en la penumbra del hogar aferrados al ventilador y con el cántaro a mano puede que sean la clave de una buena noticia con la que encaramos este septiembre a la espera de las lluvias otoñales. Fue el portero de Calvet, 56, hogar histórico de la redacción de El Ciervo, quien nos la dio a la vuelta de vacaciones:

—No sé qué habrá pasado este verano, pero he tenido que habilitar un cubículo adicional porque el buzón de la revista estaba completamente desbordado. ¡Cuánta correspondencia! El cartero no ha parado. No es normal, hoy que todo va por e-mail.

Y hoy que el papel está por las nubes… La explicación es que se trata de las respuestas a nuestro certamen de poesía, el premio Lorenzo Gomis, cuyas bases piden correo postal y un sobre con plica para preservar el anonimato del autor. En las tres ediciones anteriores recibimos sumados más de 800 originales. Esta cuarta cierra la admisión el 30 de septiembre y va camino de batir el récord de participantes. Será la calor, seguro, com- binada, sin duda, con el hartazgo, las ganas de dar la espalda al enésimo y fatigoso resurgimiento del Celtiberia show, esa pegajosa capa impermeable a cualquier modernidad de la que la piel de toro no consigue liberarse. Por qué no. Si el sueño de la razón produce monstruos, el desvelo y el insomnio al parecer producen versos.

Y esta es la buena noticia. Donde hay poesía hay mucha vida, y donde vida hay esperanza. En el Pliego del último Ciervo (n. 800 julio/agosto 2023) preguntamos a unos cuantos poetas conocidos y amigos ¿qué es para ti la poesía? La vida, nos respondió José Luis Rey Cano, ganador del premio el año pasado. “La literatura está hecha para leer, pero la poesía se hace para vivir. Vivir con plenitud, con fe y una ardiente paciencia”, eso nos dijo y nos gustó, sobre todo por el momento en que estamos: que en estos meses enturbiados por una lucha política endemoniada, fea, divisoria, en nada favorecedora de la civilidad, la educación, la serenidad, la alegría y el buen humor, que en medio además de este clima sofocante y una sequía de llano en llamas cientos de personas se vuelquen en la poesía, se refugien quizá en ella, se sientan tocados por su mano y, como también decía la poeta Elia Quiñones, “con el impulso estético suficiente para querer atraparla en un poema” me parece una formidable noticia y un ejemplo de asesada supervivencia.

Mientras en algún lugar en algún momento alguien trate de escribir un verso, siempre habrá una luz, un latido, un destello, un soplo, un anhelo, quizá una lágrima, una voz que le responda. Nada está perdido si queda la palabra. La poesía nos salva.

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