El autor se confiesa: Elvira Navarro

Del último libro de Elvira Navarro, La isla de los conejos (Literatura Random House, 2019), formado por once piezas, se ha dicho que es una obra perturbadora, que genera una atmósfera elusiva. En efecto, Elvira Navarro expande las posibilidades expresivas del relato y se sumerge con cada uno de ellos y de una forma brillante en esa precariedad y fragilidad del ser humano. Por ello, desde El Ciervo hemos propuesto a la autora que nos explique cómo fue el proceso de escritura de este libro tan genial como inquietante.

La isla de los conejos por Elvira Navarro

Era 2014, principios de septiembre. Acababa de llegar a Córdoba, Argentina; me alojaba en un hotel a las afueras de la ciudad. Llevaba todo agosto en Córdoba, España; había estado paseándome casi cada tarde, cuando el sol caía, por la ribera del Guadalquivir. Miraba las isletas con sus pájaros blancos, y luego, de vuelta a casa, abría un archivo donde tenía esbozado un arranque para un cuento y avanzaba unas líneas más de forma vacilante. El arranque databa, creo, de 2012. Cuando llegué al hotel de Córdoba, Argentina, mi avance dejó de ser dudoso, y en un par de días el relato estuvo listo.

Siempre empiezo los libros así: hay unas cuantas notas apuntadas que duermen en un archivo. De vez en cuando las releo, confirmo que siguen vivas, que el paso del tiempo no las ha privado de su potencial, y también que aún no es su momento. Paralelamente, algo que veo, como las isletas del Guadalquivir cada vez que voy a Córdoba, me lleva a esas notas. Noto una tensión. Es un tópico cierto, al menos en mi caso, lo de que, antes de empezar a escribir, hay un trabajo del “inconsciente” (entrecomillo porque quizás no sea exactamente el inconsciente lo que trabaja por nosotros, pero nos entendemos todos si uso esa palabra).

Terminar el relato en Córdoba, Argentina, fue la puerta para una idea de libro, pues de súbito comencé a escribir otros cuentos que compartían atmósfera, tono, motivos. Muchos de ellos dormían en forma de notas en un archivo. Era su momento. Es muy extraño lo de esperar el momento de un libro.

En los relatos de La isla de los conejos hay una decantación hacia lo fantástico y el terror psicológico. E impera un elemento secreto, pues el propio género trabaja, como consignó Piglia, con una historia visible y una historia escondida que no sólo dibuja el enigma del texto, sino también los motivos que me han llevado a escribir estas historias. Mientras que la novela rema entre lo explícito, y quien escribe aclara en el proceso algunas de sus motivaciones, la escritura de cuentos exige que lo oculto no se desvele. Ahí está parte de la gracia y del estremecimiento de un relato. El sentido, sin embargo, nunca es la mera ocultación, sino que araña regiones que se alcanzan por esa vía indirecta llamada literatura.

Estas historias transitan por lugares que supongo que me hacen  reconocible como autora: las afueras de las ciudades y de uno mismo, la precariedad, la identidad y las noches oscuras del alma. Todo eso forma el ambiente, la atmósfera, a veces el hilo conductor. Pero conservando eso, o lo que es lo mismo, a pesar de que pueda decirse de La isla de los conejos que lleva mi sello, este libro no se parece a ninguno de mis anteriores. Es quizás más contundente y misterioso, aunque tal vez esto último se debe a que los cuentos se presentan de manera intempestiva, cuando menos los esperas, y luego perdura para siempre el asombro que se experimenta durante su escritura.

La fotografía de Elvira Navarro es de Asís Ayerbe

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