La hora socialista

Sabemos que en noviembre habrá elecciones, con gobierno o sin gobierno socialista, pero no me refiero a esta “hora socialista”, sino a la hora europea y de largo aliento a que están llamados los socialistas. Claro que para esa hora llegue es necesario formar un buen gobierno de cambio, pero no a cualquier precio.

Oímos o leemos: “el régimen del 78”. Con la monarquía parlamentaria de 1978 acabaron 36 años de dictadura militar (1939-1975) y, aunque podía haber sido una república parlamentaria, el pacto fundó una constitución democrática de una monarquía parlamentaria, homologable a otras democracias europeas, monárquicas o republicanas. Quien pretende desacreditar y “superar” engañosamente o quien se apropia de aquel momento para fijar una única lectura oclusiva, no sirve a la democracia, sirve sólo a sus intereses ideológicos o puramente crematísticos, si es que ambos no convergen. La monarquía parlamentaria es de todos los españoles: quiere y debe integrar a todos. Es integradora a fuer de reconocer la diversidad. Es integradora porque no excluye a nadie del pluralismo, ideológica, social o nacional. Es integradora, “comprehensive” diría un inglés, porque sólo integra quien reconocer la diversidad, en nuestro caso la de España plural como la de Europa unida en su diversidad, territorial y comunitaria. Algunos quieren apropiarse de la letra del pacto o rechazar todo lo pactado, sin entender que un pacto está hecho de transacción permanente, de espíritu de convivencia y de acuerdo, de cesión en las propias posiciones. En el pacto todos salimos ganando, aunque nadie gana todo, ni los demás pierden todo. El monoteísmo político que algunos pretenden va contra el pactismo. El poder quiere tener y ejercer todo el poder.

El pacto democrático, sin embargo, es una garantía contra toda forma política totalitaria de monoteísmo. En esta hora lo más importante es reconstruir el pacto constitucional europeo, el de 1945-1957 (no fue un día, en medio hubo mucha incertidumbre), el español –junto al portugués y al griego– de la segunda oleada democratizadora de los años 70, y el postcomunista centro-oriental de los años 90. Esas tres oleadas pactistas se basaban en el mismo principio: nunca más la guerra en suelo europeo, nunca más. Para que nunca más fuera posible ni realizable la guerra debía haber más justicia, debía haber un pacto social fundante del pacto constitucional.

Ahora bien, la Europa construida por el miedo al pasado, hoy se ha quedado sin porvenir por miedo al futuro (I. Krastev). En Europa, el miedo al futuro se llama agenda de la seguridad, la que desde hace un par de decenios domina el panorama. No es un asunto (sólo) ético, es un asunto psicológico-social: una parte de los europeos tiene miedo a su futuro y prioriza su seguridad inmediata, aunque acabe quedándose sin futuro: pensiones, seguridad vital, austeridad presupuestaria (el traidor cambio constitucional de 26 de agosto de 2011 que hizo perder las elecciones ¡con razón! a los socialistas), rechazo a los otros o lo otro, los extranjeros, las otras etnias o tradiciones culturales y religiosas. Una Europa enrocada por el miedo a su futuro.

Por todo ello, ésta es la hora socialista. Sólo los socialistas europeos pueden convocar la reconstrucción de un pacto. Hay que convocar a quienes lo hicieron posible: cristiano-demócratas, liberal-demócratas y social-demócratas. Los dos primeros grupos están en la raíz de ese pacto, pero ahora no pueden convocar, porque han propiciado irresponsablemente la peor lógica conservadora de creciente desigualdad económica, creciente desprotección y obsesiva seguridad. Ni liberales ni social-cristianos lo van a hacer, pero no deben ser excluidos de la refundación democrática europea. Los social-demócratas son los únicos que pueden convocar al nuevo pacto social y constitucional europeo, incluida la llamada “constitución económica” que nos debiera vincular. Por otro lado, los socialdemócratas, además de ser los llamados a liderar, son los únicos que pueden pretender un pacto trasversal que incluya al cuarto polo, el del precariado europeo.

La crisis ha sido especialmente dura con los inicialmente peor situados. El Estado de bienestar les ha abandonado. Muchos cristiano-demócratas o social-demócratas se han sentido excluidos o ignorados, ellos o sus hijos, por gobiernos que desde la llamada caída del muro de Berlín (¡bendita caída!), se han entregado a políticas neoliberales de desigualdad y de exclusión social. Por eso entre los jóvenes europeos (en las recientes elecciones alemanas de dos länder, entre los de menos de 60 años, sólo aumentan la extrema derecha y los verdes) la desafección hacia el polo popular y el polo laborista, lo que los alemanes llaman Volksparteien, sigue creciendo. Ese mundo ya no existe.

No está todo perdido. Italia ha dicho no, de momento al menos, a la paranoia fascista, y se ha firmado un ambiguo gobierno del centro-izquierda excatólico y excomunista con los populistas de izquierdas. En Portugal gobiernan los socialistas con apoyo parlamentario del resto de la izquierda. En Francia y en Alemania han logrado contener a la extrema derecha (“rassemblement national” y AfD). En Reino Unido los lores acaban de frenar la locura mendaz y trumpista de Boris Johnson. En esta hora, no está todo perdido, pero no nos dejemos llevar por ilusiones. No bastan las defensas reactivas, ni los cortafuegos (¿cuánto tiempo durará Francisco?; la extrema derecha debería saber que en Italia insultar al Papa no sale gratis, aunque ya ha empezado a preparar la estrategia del nuevo papado para que el siguiente obispo de Roma ponga las cosas “en su sitio”).

Hace falta que los socialistas estén a la altura de esta hora: la hora socialista. Los socialistas han de convocar, para renovar y reconstruir el pacto constitucional europeo, a sus fundadores, pero sobre todo al nuevo e imprescindible actor de los que se sienten o han surgido fuera del pacto. No habrá tal sin integrar el cuarto polo, junto a liberales y católicos. Hay que integrar a la parte de la izquierda que quiere pactar. El pacto social y político europeo de los años 2020 debe hacerse también con el cuarto polo, el de los radicales, los excluidos de la clase obrera y de las clases medias. Sólo los socialistas pueden convocar a ese pacto, a esa negociación. Conviene no olvidarlo a la hora de formar gobierno. Es la hora socialista.

Josep Maria Margenat, profesor de Filosofía Social en la Universidad Loyola Andalucía

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