Aún gente en la calle

A poco más de un año de las elecciones municipales, el balance en mi ciudad es malo. Sigue habiendo hombres y mujeres en la calle. Lo compruebo cuando mando a mis pacientes un antitérmico y a la cama y no hay cama y cuando camino de noche por la ciudad.

La noche del 18 al 19 de mayo se realizó un recuento de personas sin hogar en Barcelona, impulsado por la Fundación Arrels. En 2015 se contabilizaron 892 y en 2016, 941.

Hay pocas cosas peores que no tener casa. Rompe todo plan de vida. Deteriora la higiene, alimentación, autoprotección, descanso, intimidad y abre la puerta a trastornos psicológicos.

Las elecciones llevaron jóvenes potencialmente bien preparados a los ayuntamientos. Yo esperaba acciones que no han llegado. Brigadas sociales hablando con ciudadanos sin techo, individualizar problemas, generalizar respuestas.

En las situaciones socialmente deprimidas hay enfermedad mental, susceptible de ser tratada. Dependencia a drogas legales que exige abordajes específicos. Deterioro económico de distinta índole. Pero hay que hablar con ellos, ellas, acercarse a sus lugares, saber de sus expectativas y propiciar, en lo posible, que dentro de 24 horas algo vaya mejor. Y hay que darse prisa, porque el deterioro es notable.

No diferenciemos refugiados o inmigrantes, políticos o económicos. Toda espalda merece una cama y rechacemos el mito urbano de que la gente sin techo quiere seguir en la calle. Quienes duermen en cajeros y soportales no quieren ir a nuestros albergues por las colas sin garantías de acabar consiguiendo una plaza, las horas inadecuadas de entrada y salida, ausencia de intimidad o limitaciones para guardar pertenencias o mascotas.

Estamos perdiendo una gran oportunidad para luchar contra reductos de enfermedades, tuberculosis y parasitosis entre otras.

Me dicen jóvenes del entorno del nuevo ayuntamiento que hay que tener paciencia, que no es fácil. Es lo que han argumentado anteriores ayuntamientos, anteriores políticas municipales.

El municipio puede actuar en proximidad y es más razonable una robusta crítica que conduzca a terminar con estas situaciones de humillación y desigualdad. Recabar con urgencia las respuestas nonatas que esperábamos. Y dejemos de mirar hacia otro lado cuando nos topemos con la frecuente imagen de personas entre cartones y viejos sacos de dormir. Entre otras cosas, porque es muy difícil no verlo.

Jordi Delás, Médico

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