De paro y subempleo

Este ha sido, de todos los años, el más duro, el más difícil. He sido jurado del premio Enric Ferran de artículos periodísticos que convoca esta casa en numerosas ocasiones. A veces  había consenso, otras, cierto debate. Unos años los artículos estaban bien documentados, otros, eran eminentemente reflexivos. Todo ha sido distinto en esta ocasión. Cuando nos sentamos a la mesa se dio casi una necesidad entre los jurados – que en algunos casos no nos habíamos visto nunca- de confesarnos que estábamos impresionados. Independientemente de nuestra vinculación con el tema: si éramos expertos o estábamos ahí por nuestra vinculación a

El Ciervo

o por haber ganado con anterioridad; los trabajos presentados bajo el lema “¿Tenemos derecho a trabajar?” nos dejaron a todos con el corazón encogido.

En esta edición había una presencia de testimonios que, leídos uno tras otro, te iban llenando el corazón de frío. Lo común es la amargura de haber creído que estudiar, superarse, aprender idiomas y adaptarse iba desembocar en un contrato. Pero licenciados en Políticas, en Periodismo, psicólogos, personas con masters, con dominio de varios idiomas… han terminado conformándose –hay que vivir- con hacer de camareros, comerciales a ínfimo porcentaje, teleoperadores o buscando su ocasión en las campañas de Navidad o las rebajas de verano. Se integró lo de no lamentarse en público de las condiciones, aceptar todos los horarios y cambiar de ciudad, cuando no de país, si el trabajo lo reclama. Nada de realización personal. Pero ni eso evita el infraempleo ni, peor, el paro.

Los más jóvenes lamentan su falta de perspectivas; los que pasan de los 30, que ya no pueden acogerse a unos de los contratos más favorecidos últimamente; los que han cumplido 45 querrían tener prioridad, por aquello de estar hipotecados y con hijos, y que se favoreciera su experiencia. Los de más de 50… no ven tampoco salida y deben acudir a los servicios sociales. En todos los casos, la familia es un apoyo clave. Y buena parte trata de conformarse con lo poco que tiene. Apenas se quejan, si no es con otros en su misma condición.

Un 12 por ciento de los trabajos desaparecerán pronto, mientras más del 60 por ciento de los de la próxima década no se han inventado aún. En estas circunstancias, el ahora y aquí está consumiendo la vida de mucha gente. Sin contar a los millones de subempleados y su admirable afán de tirar adelante – nunca más me impacientaré con un teleoperador-, los parados, en España, son un 18’6 por ciento, según la Encuesta de Población Activa. Ponerle una historia a las 3.760.231 personas que no tenían empleo a 31 de enero de este 2017 crea una angustia que da vértigo. Y que permanece.

Soledad Gomis, periodista

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