Ellos cobran

Cuando el manto níveo del llamado

procés

que durante un largo invierno de cinco años ha cubierto la superficie del país se está derritiendo aparecen sin remedio las miserias que ha tapado. Blanco por fuera, como los bíblicos sepulcros. En Catalunya, hospitales completamente desbordados por una epidemia de gripe que cada año se produce y cuya virulencia actual estaba avisada tienen a debilísimos nonagenarios doce horas o más tumbados en un pasillo entre toses, virus, bacterias, prisas, nervios y unas condiciones completamente deplorables, denunciables y, tal vez, perseguibles judicialmente. Y los responsables, huidos porque han sido incapaces de afrontar la realidad y arrostrar las consecuencias de su pésima gestión y su increíble frivolidad.

Y cuando esta nieve se derrite, aparece la otra, la de verdad, y deja desnudo a un gobierno central que da la palabra a acólitos con muy serias dificultades para demostrar que su inteligencia es superior a su escasa disposición al trabajo. Miles de ciudadanos atrapados en las carreteras por una nieve que cae cada año ante el silencio de un presidente del gobierno que tiene la desfachatez de ni siquiera pedir disculpas, cuando estando en la oposición saltó a la yugular de la ministra de Fomento por un caso parecido mostrando ira, indignación, sed de justicia y pidiendo dimisiones por respeto a los ciudadanos. ¿Respeto, dice usted? ¿Y la vergüenza?

La vida cotidiana, como los días laborables, siempre acaba teniendo razón. El

procés

ha mantenido a flote y retroalimentado durante años a dos gobiernos incompetentes: el central y el autonómico catalán. Dos fracasos. Dos camarillas de fracasados a la hora de gestionar y ayudar a arreglar los problemas de la vida real de los ciudadanos. Dos desastres. Eso sí: todos cobran, y mucho, a final de mes.

Jaume Boix, director de El Ciervo

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