Durante siglos, en la parte baja de las casas europeas, se alimentaron cerdos para de forma regular matarlos y comérselos. Convivíamos con su olor, suciedad e insectos en el piso inferior de la casa. Después de verlos nacer, crecer y reproducirse acudíamos a una orgía de muerte, sangre y vísceras disfrutada en familia. Tanto se aprovechaba todo, que los niños inflaban la vejiga urinaria haciendo el equivalente de un globo actual. A diferencia de ellos, hoy a niños y mayores nos asquearía la visión directa de una matanza. En el mostrador de la carne todo es absolutamente pulcro y los cerdos, visiones de fotografía o dibujos en el envase para distinguir de qué animal es cada pieza. Pero nosotros, los modernos, seguimos alimentando cerdos.
Los puercos ya no están en la parte baja de nuestros hogares, y ni siquiera son animales físicos. Pero satisfacen la mayor parte de nuestras necesidades, y de ellos aprovechamos todo. Los alimentamos mediante actos de compra, y ellos nos devuelven productos y servicios que necesitamos. El cerdo se llama retail en el lenguaje técnico, y distribuidor en el común, una de sus granjas se ha trasladado a internet, y poco a poco alimenta a una cantidad inmensa de la población mundial. Tan inmensa, que pronto la mayor parte de compradores online verán tan normal valerse de él para sus compras como nuestros antepasados veían tener un cerdo en casa para su alimento. La diferencia es que ellos no amaban lo que iban a comerse, y a nosotros está educándosenos para que así sea.
Cada vez más personas que antes eran reacias a comprar por internet se dejan llevar y localizan gracias a los algoritmos de búsqueda y a una inversión millonaria de un único distribuidor cualquier cosa que deseen y puedan expresar en palabras. Desde un kilo de filetes de cerdo a una pieza de repuesto para una bomba de agua. Cuando te hablan de su experiencia de compra alaban la posibilidad de encontrar las cosas más variopintas, y de que te lo hagan llegar a casa en una caja. La mayoría no sabe que han dirigido sus búsquedas, y que con una adecuada formación hubiesen encontrado el producto igual de barato en otro proveedor. Si les expones la parte negativa de comprar allí, o analizas las consecuencias de que un único agente esté monopolizando el comercio, te miran con cara rara. La ética, como conjunto de normas que guían un comportamiento, ha desaparecido de nuestras mentes. Y en qué nos convierte eso.
Antes de contestar preguntémonos porqué debemos acercarnos con tanto amor al comerciante que nos vende un producto. Tiene sentido exigirle calidad y una adecuada compensación a cambio del dinero que vamos a entregarle. O sea, que la mercancía sea buena y de calidad. Cuando en mi casa comenzaban a mandarme a la compra, a por un poco de fruta, por ejemplo, me ordenaban cuidar que el tendero no me pusiera más peso del solicitado, y que no me metiera en la bolsa piezas con golpes o pasadas. La televisión y su magnífica publicidad me seducían en cambio para que me dejase llevar. En la sociedad se impuso lo segundo más que lo primero, así que hoy los compradores, bastante vagos, tenemos a hacer clic en el primer resultado de búsqueda de internet, que casualmente nos da el mejor precio. Si rascamos un poco, si cambiamos el buscador más conocido por otros no dirigidos publicitariamente, si nos tomamos el trabajo de leer en cada empresa que vende el menú “quienes somos”, comenzamos a descubrir cosas. Como que igualan el precio al gran distribuidor. Pagan impuestos en nuestro país. Alimentan nóminas de trabajadores y crean empleo. Y cumplen las leyes, normas y regulaciones estatales y de la Unión Europea. Todo eso no importa por ética, sino porque hace mejor nuestra vida cotidiana en el entorno que nos rodea.
Y voy a molestarme yo en perder mi tiempo en todo eso, dirá el consumidor medio. Soy muy pequeño, no influiré, es el mercado, cansa mucho. Desde luego que sí. Para qué vamos a construir una ética de compra en el ámbito personal o familiar si todo nos facilita que no hagamos el más mínimo esfuerzo. Para qué hacer un esfuerzo crítico sobre los productos y servicios. No vaya a ser que ese espíritu de reflexión ético se traslade al ámbito político, al social y al de convivencia. Y empecemos a desterrar el populismo y el consumismo antes de que nos lleven, dóciles y obedientes, al matadero.
Martín Sacristán, periodista y escritor