Hay una “hora de la tarde” para el examen de conciencia. En
La peste, el jesuita estudioso de san Agustín y de la antigua iglesia africana, el “defensor caluroso de un cristianismo exigente”, Paneloux, invita al médico agnóstico Rieux a “amar lo que no podemos comprender”. Rieux, entregado a la profesión que ama, decía hacer, como Paneloux, “el camino de la verdad luchando contra la creación tal como era”.
Más adelante, mientras una marea de sollozos cubre la plegaria de Paneloux, “Dios mío, salva a esta criatura”, el médico sale precipitadamente de la sala hacia el patio del hospital: “Tengo que irme, no puedo soportarlo más”. Luego, refiriéndose al niño que acababa de morir, dice a Paneloux: “– ¡Ah, éste al menos era inocente, ¡bien lo sabe usted!”. El sacerdote intenta explicar al médico: “para mí también era insoportable”, aunque comprendo que todo esto “supera nuestra medida”, pero no nos queda más que “amar lo que no podemos comprender”. Ante esa frase Rieux reacciona: “yo tengo otra idea del amor y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados” –y añade– “Estamos trabajando juntos por algo que nos une más allá de las blasfemias y de las plegarias. Sólo esto es importante”. Evitando mirar a la cara de Paneloux, el doctor concluye: “Estamos juntos para sufrir y combatir [la muerte y el mal] …Dios mismo ahora no puede separarnos”. Ambos miran en la misma dirección.
El 25 de abril de 2020 una carta en el diario preguntaba ¿
Dónde está la Iglesia? Y continuaba: “esta generación que está desapareciendo pertenece a un colectivo de personas que fueron educadas en unas creencias y una fe que, cuando más lo necesitan, les abandona en sus últimos momentos”. Me hizo pensar. Recuerdo la memoria viva de san Luis Gonzaga en el barrio romano en que vivió sus últimos años, hasta que en la primavera de 1591 murió curando a los apestados que sufría Roma. San Luis fue el primer jesuita beatificado, antes que el propio fundador. En el “rione della Pigna”, su barrio romano, se conserva aún hoy la memoria popular del santo patrono de los que comprometen su servicio y su vida ante cualquier peste.
En el examen de conciencia de la tarde –es Camus quien usa la expresión– nos preguntaremos: ¿qué es lo importante? Los muchos muertos en residencias de mayores que ha habido en esta peste en Barcelona, en Madrid, en otros sitios, nos van a seguir interrogando mucho tiempo. ¿Nuestro bienestar sigue apostando por el descarte del eslabón más debilitado? Hemos mirado para otro lado durante mucho tiempo, no ahora, desde hace más de doce años de recortes y de insensibilidad. Somos acomodaticios que siguen la corriente (
Mitläufer dicen en alemán). Cuando haya pasado todo, nos preguntarán, nos preguntaremos: ¿Dónde estábamos esos días, a esas horas? Nos gustaría decir, como Rieux, que estábamos trabajando juntos para combatir el mal. Sabemos que Paneloux murió. El narrador anota: “caso dudoso”.
Josep Maria Margenat, profesor de Filosofía Social en la Universidad Loyola Andalucía