Los tiranos y el regreso del pensamiento mágico

Dijo Platón en su República, hace dos mil cuatrocientos años, que las democracias terminaban por colapsar en tiranías. En su pensamiento aristocrático, que hoy llamaríamos elitista, el filósofo atribuía el problema a haber dado el voto a las masas, siempre fácil presa de las promesas de esos que deseaban ser sus opresores.

Desde una perspectiva más contemporánea, Max Weber, considerado fundador de la sociología, explicaba que el secreto del tirano para obtener el poder en democracia era la “autoridad carismática”. Es decir, que dependían de su capacidad para revestirse de razón presentando sus capacidades como superiores. ¿Quién no querría votar a un genio? Especialmente si sus promesas son solventar todos los problemas de este mundo, que es también el ideal al que aspiran, o deberían aspirar, hombres y mujeres con vocación política. El problema es cuando, como ahora, en vez de programas razonados, nos proponen soluciones mágicas.

Trump aseguró que mediante la construcción de un muro en la frontera de México, y la expulsión de inmigrantes, muchos estadounidenses recuperarían el trabajo bien retribuido anterior a la crisis. Pero ha sido el traslado de la producción a terceros países lo que más ha dañado el tejido industrial estadounidense, no la inmigración.

En Reino Unido sus ciudadanos siguen convencidos de que fuera de la Unión Europea se incrementará su nivel de vida. Y ello como resultado de una ecuación matemática: el dinero no aportado a la UE se revertirá en cada individuo y familia. Eso dependerá naturalmente de si su gobierno decide hacerlo así, y de si el perjuicio de abandonar la Unión no arroja un saldo negativo para la economía británica.

Y ni siquiera hace falta viajar al mundo anglosajón para escuchar soluciones mágicas. Cataluña, que enfrenta los mismos problemas que el resto de España, asegura desde el independentismo que ser un país los solucionará todos. Confiados en esa salida mágica, sus líderes proclamaron la independencia unilateral. Y como parecía prever el sentido común, el resultado fue el peor posible: una mayor intervención de la autonomía por parte del estado, basada en el artículo 155. Otra solución mágica que sigue sin solventar el problema.

Y qué decir del gobierno de Mariano Rajoy. El presidente del gobierno habla en los foros públicos del óptimo comportamiento de la economía española. Mientras las familias ven reducido su poder adquisitivo, las pensiones se reducen y se cuestiona el futuro de las mismas, la sanidad no tiene recursos, la ciencia cuenta con un 35% menos de inversión pública, y la matrícula de las universidades se vuelve exorbitante. Lo único que podemos asegurar sin temor a equivocarnos sobre la mejora económica de nuestro país es que no sabemos a quién le llega.

Frente a la realidad obstinada y difícil, los líderes políticos de hoy parecen limitarse, en todo el mundo, a las promesas fáciles. Nosotros lo solucionaremos todo, lo estamos solucionando ya, dicen. No mediante profundas reformas y resultados a medio o largo plazo, sino renovando a cualquier precio la confianza del votante. Lo consiguen prometiendo el paraíso, y cosechando con ello votos por millones.

Resulta difícil, en estas circunstancias, no recordar las tesis de pensadores como Platón, o como Weber, que nos advirtieron sobre las promesas fáciles, sello por el que debemos reconocer a los tiranos. Dirán muchos que la democracia puede protegernos frente a ellos. Pero ¿quién protegerá a la democracia de esos votantes convencidos de que existen, para los problemas de la vida, soluciones mágicas?

Martín Sacristán, periodista y escritor

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