Según la Organización de Naciones Unidas, un menor no acompañado es una persona de menos de 18 años que se encuentra separada de sus padres y no está bajo el cuidado de ningún adulto que por ley o costumbre esté a su cargo.
Los medios de comunicación frecuentemente nos muestran imágenes de menores intentando llegar a nuestro país. Realizan auténticas proezas, corriendo enormes riesgos. Pero una vez han llegado a nuestras ciudades, las dificultades continúan.
Si no tienen otros vínculos, pasan a ser tutelados por las administraciones públicas.
A la rebeldía de estos jóvenes, cambios de hábitos, relación con la publicidad y consumo, cabe añadir los problemas al hallarse sin familiares y con pocos recursos económicos.
No es fácil esta tutela por parte de las instituciones. Lo que exige que estén a cargo de estos menores excelentes profesionales, motivados, con recursos.
En nuestras calles encontramos grupos de estos jóvenes. Algunos menores que se ausentan de sus centros y lugares de formación y otros que ya han cumplido los 18 años y han de abandonar los lugares específicos para menores.
El fracaso de nuestra asistencia a estos niños que han abandonado sus países para acudir al nuestro es precisamente su presencia en las calles. Son nuestros hijos, nuestro futuro en nuestros países o en sus lugares de origen si conseguimos que retornen con una buena formación.
A menudo nos encontramos con críticas del vecindario a su merodear sin objetivo y a faltas o hurtos. Hemos de asumir nuestras propias críticas. Qué irónico superar peligros y penalidades en su viaje a nosotros para acabar en nuestras cárceles. Qué ironía. Qué futuros les estamos ofreciendo.
Se hace necesaria una relectura, un análisis de esta asistencia a estos menores, adultos jóvenes, cuyo objetivo no tiene que ser otro que conseguir ciudadanos responsables y bien preparados.
Jordi Delás, médico