Dos noticias sobre la realidad laboral de nuestro país me llamaron la atención esta misma semana. La primera, el espectacular aumento del número del autónomos, y la otra que más de la mitad de empleados no habían cambiado de trabajo en los últimos seis años. Se ha identificado una causa común para ambos fenómenos, la dificultad de conseguir un empleo, y la de conservarlo. Habría que añadir un dato más, todavía no oficial, pero del que ya se habla. Empieza a ser un problema tener más de cuarenta años para obtener un empleo. Supone una rebaja de al menos diez años respecto a 2008, cuando la crisis financiera sacó a la luz este problema, hoy denominado «edadismo» por la OMS. Aunque el término se refiere a la discriminación por razón de edad, entre nosotros se manifiesta sobre todo en la contratación debido a nuestro mercado laboral, terriblemente anómalo.
Un ejemplo, del que se sabe poco, son las aplicaciones de empleo. Disponen de dos herramientas para el mismo proceso. La abierta a demandantes permite a cualquiera que lo desee apuntarse a la oferta. La del empleador en cambio se rige por un algoritmo que puede programarse en base a una serie de filtros, con objeto de automatizar la selección previa. En nuestro mercado uno de esos filtros es la edad. Digo en nuestro mercado porque muchos países de la UE han regulado específicamente prohibir la posibilidad de conocer la edad, incluso el género, del candidato, que solo se revela en la entrevista personal o parte física del proceso de selección. Este es el verdadero motivo por el que parados muy activos, con formación y experiencia suficientes no reciben jamás confirmación, o muy pocas, en las ofertas de empleo que solicitan. Y es indiferente que estén o no entre los primeros solicitantes porque su perfil nunca será revisado por un humano. Lo habrá hecho una máquina, descartándolos. Para la mayoría de ofertas ese filtro oscila entre los cuarenta y cincuenta años. Demasiado mayores para trabajar, al menos por cuenta ajena.
Añadamos algo más que me comentaba la directiva de recursos humanos de una de las mayores multinacionales de este país. Un sesenta por ciento de las mejores ofertas laborales, me aseguró, no llegan a publicarse jamás. Se asignan a la red de contactos, y por tanto dependen de las relaciones que uno haya sido capaz de establecer. En su empresa, desde luego, pero es la misma practica, me aseguró, que siguen sus colegas de departamento en otras grandes corporaciones. Sin esa red, poco importan los estudios, capacitaciones y actitud. Ni siquiera sirve ser joven.
Cuánto mercado laboral queda entonces después de restados estos obstáculos, prejuicios y hasta abusos. Uno absolutamente escuálido, donde lo normal es quedar para siempre al margen o convertirse en autónomo. Y este problema no es del planeta, del escenario pandémico, del momento económico, ni de los países desarrollados que forman parte de la globalización. Es nuestro. Mi tercera noticia favorita en la lista de la semana es que Ann-Sofie Hermansson, sueca, ha empezado a trabajar de camionera. Después de un larga carrera política, y de haber sido alcaldesa de una ciudad de más de medio millón de habitantes. Su padre la había aconsejado en sus años universitarios que obtuviera la capacitación de transportista, para tener un oficio por si acaso. Pero la noticia no es que la política que recibió ofertas como asesora de relaciones públicas decidiera hacerse camionera. Quizá en Suecia lo sea. Aquí la noticia es que la señora Hermansson nació en 1964, tiene cincuenta y siete años, y la empresa Renova la ha contratado sin ningún problema ni objeción este 2021 para conducir un camión de gran tonelaje.
Mientras tanto, los países desarrollados que nos rodean en la UE, además de Estados Unidos y China, hablan y trazan planes para los retos a que les enfrenta el futuro de la robotización, y la pérdida masiva de empleo que puede traer aparejada. Nosotros también participamos creyendo pertenecer a ese mismo mundo, a la vez que vivimos una realidad distinta. Porque nuestra pregunta, que está en el inmediato presente, sigue sin responderse: ¿quién nos contratará ahora? Estoy convencido de que podremos empezar a hacerlo cuando el foco no se centre únicamente en qué debe hacer el aspirante a un empleo, sino también en el empleador y sus prejuicios. Si el mayor miedo son los robots del futuro es que ya no tenemos ninguno. Nosotros no.
Martín Sacristán, periodista y escritor