Jesús Fernández Santos fue uno de aquellos «niños de la guerra» que acudía con sus amigos a la Casa de Campo en el Madrid de 1939. El escritor recuerda que allí había dos carteles de unas dimensiones desproporcionadas. «Nosotros». «Ellos». Y claro, una no puede evitar pensar junto a Ramón J. Sender en aquella triste historia de nuestra discordia civil, ante lo que parece un conflicto de sustantivos propios, de pronombres; una discusión del todo gramatical —que, dicho sea de paso, hubiese hecho las delicias de aquel Ferlosio del pasado siglo, absorto en estas cuestiones—. La disputa no obtuvo respuesta hasta 1991, a la publicación de «Contra vosotros», de la escritora madrileña Mercedes Soriano (1953-2002). Su romance con el lenguaje ya había comenzado dos años antes, en 1989, a raíz de la aparición de «Historia de no», y continuó su idilio tanto en 1992 como en 1994, con «¿Quién conoce a Otto Weininger?» y «Una prudente distancia», respectivamente. Pero ¿ante qué impulso responde su apuesta literaria, qué clase de autoría pensó para sí?
Para un clima social estéril, desprovisto de un pensamiento crítico y anestesiado por las dinámicas que introdujo la posmodernidad en España, la escritura se convirtió en una herramienta indispensable para resistir y hacer resistir. Había que tramar, desde la palabra, otro tejido personal que aspirase a fundirse con lo político en la ficción para desestabilizar la realidad. Esta empresa literaria estaba repleta de paradojas. Por un lado, la autoría de Soriano no poseía una representación en el espectro de lo público; no disponía de una geografía vital que pudiese comercializarse y que atendiese a las demandas del mercado. No era, en una palabra, interesante. El espacio público del momento, no está de más subrayarlo, estaba copado por voces extranjeras como la de Thomas Bernhard, Thomas Bernhard y, no sé si se ha dicho ya, Thomas Bernhard. Que nada tiene de malo, pero en fin, Thomas Bernhard. Por el otro, el campo literario, ávido de las traducciones de obras de escritores en otras lenguas, había mantenido, desde el aterrizaje del denominado «Boom», una actitud ambigua y, en ocasiones, distante hacia los autores patrios, por no hablar de la profunda desafección hacia la obra de las autoras. ¿Qué puede existir más importante que una pulsión definitiva por la letra escrita? El hecho de presentar unas fabulosas ganas de escribir, una vocación, y de haber publicado algunos títulos en un sello como Alfaguara para sus tres primeras novelas y Destino para la última ya debieran haber situado a Mercedes Soriano en el imaginario historiográfico. Sin embargo, ella es un borrado, un blackout. Una laguna. Soriano constató ambas realidades en su propia piel: sin una imagen pública potente, chismes que la adornasen o una historia personal anterior, en un ambiente de desinterés general hacia la literatura española escrita desde la península, ¿qué podía ofrecer una escritora al público lector? ¿En qué situación se encontraba la mujer española para finales de los años ochenta, principios de los noventa?
El aparente contrasentido del desear ocupar una posición y no poder aspirar a habitarla se convierte en la autoría de Soriano en una huida hacia delante: desestimar la esfera de lo social, de lo público, las redes y adentrarse en una privacidad e intimidad escogida. Abandonar Madrid y entregarse a la zona desértica de Cabo de Gata, concretamente, instalarse en Presillas Bajas hasta su muerte, a los cuarenta y nueve años. Este exilio en clave de alabanza de aldea, menosprecio de corte no puede comprenderse de otro modo que desde el espectro de lo político. Si para el término de aquella discordia civil senderiana un nutrido grupo de intelectuales decidieron salir de España por oposición al régimen recién instaurado, ¿por qué Mercedes Soriano no iba a poder decidir marcharse de la ciudad, donde un nuevo régimen a golpe de capitalizar lo cotidiano y exigir rendimiento de la rutina se instalaba de forma implacable?
La lectura de «Contra vosotros», novela que ahora recupera La Navaja Suiza, es una sacudida: refleja, como bien dice una amiga, una señora haciendo la Transición por los nacidos en la década de los cincuenta que no pudieron llevarla a cabo. Es también la recuperación de la voz de la mujer española ante el cambio de siglo, así como de su experiencia, condicionada por los vaivenes de un capitalismo macabro y desalentador. Ahora ¿quiénes son «vosotros»? Si regresamos sobre la discusión en torno a los pronombres, es fundamental no perder de vista que la recuperación de ese nombrar es toda una declaración de intenciones. Mercedes Soriano pretende que su lector despierte; desea advertirle de que quien le habla no es un narrador individual sino colectivo, y que el belicismo nace de algo mucho más dañino y sutil: el retorcerse de la sociedad ante un cambio en el orden mundial. Si bien otro escritor como es García Hortelano habló, para su generación, de un realismo socialista que más que con lo político tenía que ver con el mercado y, en consecuencia, con una idea particular de producir literatura, tras la lectura de la novela de Soriano de 1991 es claro que su militancia atendía a otro cuadro sintomático. El progreso como idea no es malvado, sí como acontecimiento que acostumbra a no comprometerse ni con nada ni con nadie y que nos obsequia continuamente con relatos de evasión.
Esta recuperación por parte de La Navaja trae igualmente consigo el mejor argumento para rescatar la obra de Soriano, al publicar al mismo tiempo la novela «Aposento», de Miguel Ángel Muñoz. La novela es espléndida porque refleja con generosidad y una exactitud asombrosa lo que es una experiencia literaria radical: efectuar una búsqueda física de un autor para comprender que su presencia no es condición sine qua non para el hecho literario. La Mercedes Soriano que busca Muñoz, la que busco yo misma a mi vez, será distinta a la que otros puedan buscar, entender o conocer. Miguel Ángel novela con la maestría de quien te hace subrayar párrafos y párrafos un proceso de recuperación de una fotografía desdibujada dentro del mapa literario, la de Soriano, y procura responder con verdad a las preguntas que ella misma se hacía en sus novelas. También así responde a las mías y esto para mí es un privilegio. «¿Quién conoce hoy a Mercedes Soriano?», se pregunta el escritor en multitud de ocasiones. A veces necesitamos encontrar un espacio para que nuestra ira, nuestra soledad y nuestro amor sin consuelo reposen en algún lugar. Encontrarlo es un gozo, más si es en Literatura. Encontrarse con «Aposento», el libro de Miguel Ángel Muñoz a propósito de Soriano es una verdadera alegría. «Quiere [Mercedes Soriano] que veamos a aquellas mujeres, integradas en el decorado que el régimen había preparado para ellas, sometidas sin rebeldía al cabo de los años (…) todas las mujeres del pasado acabaron atrapadas en el marco mental que la España franquista había trazado para ellas: el matrimonio, la estabilidad, la paz perpetua.»
Supongo que nadie situó o supo situar Presillas bajas en el mapa.
Andrea Toribio, hispanista y editora