Adiós a Eduardo Cierco

Para el blog de esta semana, tenía hilvanada mi colaboración. No me podía alejar del tema COVID-19, no me sale, no se puede. Pero llegó la notícia de una pérdida cercana a  causa suya: Eduardo Cierco, colaborador y amigo desde hace más de medio siglo. Era tan próximo a nosotros, intelectual y emocionalmente, que, antes de que el virus le quitara la vida, estaba escribiendo un texto sobre su relación con El Ciervo, con motivo de los 70 años de la revista. Como primer recuerdo y homenaje, hemos pedido un texto a su nieto, Fabián, tantas veces intermediario entre El Ciervo y Eduardo. Vendrán otras palabras para un recuerdo largo porque Eduardo llegó para quedarse con nosotros. Nos deja esa calidez que le era propia y que nos confortará siempre.

Soledad Gomis

Carta al Yayo

Hace algo más de una semana que el Covid-19 se llevó a mi abuelo. Algo más de dos que le pude ver la cara por videollamada cuando él estaba todavía en la residencia. Algo más de tres semanas desde que pude mantener una conversación fluida, hasta cierto punto teniendo en cuenta su sordera, con él. Algo más de un mes desde que le vi en persona por última vez.

Pero no ha pasado ni un solo día sin que tu nieto Lucas, tu nuera Nuria, tu hijo Juan, tu mujer Ana y, por supuesto, yo mismo pensemos en ti, Yayo. Y no solo porque fueses nuestro abuelo, padre, cuñado o marido, sino por el tipo de persona que eras.

En estos últimos días, varias personas han escrito artículos sobre ti, sobre tu vida y sobre todo lo bueno que hiciste en ella. Sobre como participaste muy activamente en la transición española o tu relación con personalidades como Joaquín Ruiz-Giménez, Tierno Galván o Gregorio Peces-Barba. O sobre los artículos que publicaste en Cuadernos para el Diálogo o los que escribiste en esta misma revista que tanto querías y en la que colaboraste durante más de 50 años, El Ciervo.

Pero yo, con 17 años, por razones obvias, no he podido vivir prácticamente nada de todo esto. Solo he podido conocer un poco de tu relación con El Ciervo este último año, cada vez que me pedías que les enviase tus “párrafos que dejan huella” por e-mail.

Y aun así, en solo unos pocos años, estando medio sordo y ya mayor, has conseguido convertirte en la persona que más me ha enseñado en mi corta vida.

Tu afán por informarte, pasándote horas y horas leyendo el periódico o viendo las noticias y tertulias, que pese a que me lo contagiaste, y por mucho que yo utilizase el móvil e internet para informarme, tú siempre lo estabas más. Y es por eso que nuestras conversaciones sobre política, las 3 o 4 tardes a la semana que iba a verte a la residencia, me gustaban tanto.

Y eres la razón principal por la que voy a estudiar Ciencias Políticas. La razón por la que voy a hacerlo yéndome fuera, lejos, a un sitio donde no se habla mi idioma natal, porque como siempre me dijiste, tomando el camino fácil no se aprende nada.

Tu generosidad al querer informar a los demás, al organizar esas conferencias sobre cuestiones tan distintas como la evolución de Eva a Lucy o las diferencias entre Obama y Trump, donde tanto mi hermano Lucas como yo teníamos que hacer de mediadores para las preguntas, porque tú oírlas no las oías. Y aun así, respondías claramente, para que tu compañero de residencia, que tampoco oía muy bien, aprendiese algo nuevo.

Y para los que no les interesaban las conferencias, organizabas torneos de ajedrez, en los que nadie pudo ganarte nunca, porque se te daba tan bien que guardo el simple hecho de llegar en una partida a hacerte mate como todo un logro.

“Ya sumo 88, capicúa”, me pediste que escribiera en la posdata de uno de los e-mails.

“Ya sumo 89, uno más y nonagenario”, le decías a la gente hace un par de meses cuando fue tu último cumpleaños. Y aunque no has llegado a los 90, tengo la certeza de que si a los años que has pasado con vida le sumáramos los años que te vamos a recordar, superarías con creces el centenario. Porque eso es lo que has provocado en la gente que te ha rodeado.

Gracias por todos los momentos que me has dado y todo lo que me has enseñado, Yayo. Te echaré de menos.

Fabián Cierco Medina

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