El vertedero de Zaldibar, con residuos equivalentes a 35 años acumulados en apenas 15, una gestión desastrosa y dos trabajadores muertos es tan solo la punta del iceberg. Tras la actualidad de las portadas ha pasado desapercibido que hace apenas dos años éramos el noveno país que más desechos enviaba fuera de sus fronteras, solo equiparable a gigantes como Alemania, EEUU o Francia. Ya que no contamos con una industria equiparable a la de esos países, la única justificación es que llevamos mucho tiempo haciendo un hoyo para enterrar nuestra basura. Y ya desborda.
China, Indonesia, Malasia y Filipinas se rebelaron ese año porque los países occidentales les enviaban desechos plásticos mezclados, de los que solo el 20% era reciclable, el otro 80% había que tirarlo a un vertedero o quemarlo, y además contenía residuos tóxicos. Filipinas devolvió contenedores a España, y dejamos de exportar nuestros plásticos, que ahora debemos arrojar en vertederos propios. Adiós a nuestro noveno puesto, y ahora, ¿qué hacemos con nuestra basura? Lo ideal sería reciclarla, pero ahí fallamos estrepitosamente. Como país solo reciclamos el 29% de los residuos urbanos y durante una década no hemos incrementado ni un ápice ese índice. La UE nos fijó el objetivo del 49% para este año 2020, cifra como para dar risa. Si no fuera por la tragedia que esconde detrás.
Regiones como La Rioja o Cataluña casi cumplen ese objetivo mientras que grandes contaminadores como Madrid, Canarias o Galicia no llegan al 20%. Las autoridades de la Unión nos recuerdan que el nuestro no es un problema de voluntad ni de capacidad de gestión, sino el fruto de la descordinación. Ayuntamientos, Gobiernos regionales y Ejecutivo central se pasan la pelota, transfieren competencias, y subcontratan a empresas privadas hasta que sobreviene el desastre. Hoy tenemos a 40.000 personas en el País Vasco que llevan semanas sin poder abrir las ventanas o salir a respirar aire sin miedo. Tardaremos en saber si residuos tan tóxicos como el amianto o los furanos, quemados a raíz del incendio afectarán a su salud en el medio y largo plazo. La ciencia asegura que incrementan el riesgo de cáncer. El lehendakari afirma que no hay de qué preocuparse, llevará a la empresa gestora a los tribunales. Y la basura. A dónde llevamos la basura.
Carecemos de respuesta, y eso ha hecho que el problema ya esté en todas partes. En grandes ciudades de la Comunidad de Madrid se avisa que los vertederos están colmatados desde hace un par de años, y la administración deja pasar el tiempo confiando en que el marrón le toque al siguiente. Lo mismo ocurre en la Comunitat Valenciana y Asturias. En Andalucía proliferan sin control los vertederos ilegales. Castilla-La Mancha es ahora destino de los residuos industriales de todo el país.
Alguien se ha dedicado a enterrar nuestra miseria mientras nos decía que la culpa es nuestra, por generar tanta basura, por comer, por comprar la leche en envases en lugar de ir ¿con una jarra? ¡de plástico no! a comprarla. No nos hablaron tampoco de lo que ocurre en regiones como Zaldibar, con una economía basada en el sector industrial, con fábricas y talleres de transformados metálicos donde se producen herramientas, maquinaria, escopetas, y se generan productos para la industria auxiliar del automóvil. No podemos preocuparnos de todo, este modelo de estado delega la función pública, abona impuestos para que se haga bien, y cuando ni el voto lo mejora, la conclusión es clara. Estamos de mierda hasta el cuello.
Martín Sacristán, periodista y escritor