Rodeados como estamos de corrupción y de sentencias judiciales que ratifican las malas prácticas de muchas formaciones políticas, hay que convenir en que el cambio de gobierno, a raíz de la moción de censura de Pedro Sánchez, ha pillado por sorpresa a propios y extraños. La sentencia del caso Gürtel ha sido el detonante, la gota que colmó el vaso. El cambio de gobierno ha traído consigo una bocanada de aire fresco, aun teniendo en cuenta que ninguno de los partidos del arco parlamentario –con la excepción de aquellos que no han gobernado- está libre de corrupción, actuaciones ilícitas, apropiaciones indebidas, fraude fiscal, desvío de capitales y mala gestión del dinero público. Lo peor es que nos hemos acostumbrado a ello.
Sin embargo, los barómetros que publica periódicamente el CIS ponen de manifiesto que la corrupción y el fraude es uno de los problemas que los encuestados señalan como más importante actualmente en España. En los últimos estudios ocupa el segundo lugar; el primero es el paro, la gran preocupación de la mayor parte de los españoles.
Coincido con la respuesta de los encuestados y no es de extrañar que mostremos preocupación por la corrupción. En medio de todo este desbarajuste, echo en falta alguna dosis de autocrítica por parte de las formaciones políticas en las que hay cierto olor a podrido. Todavía es la hora en que se escuche por parte de los partidos con sentencias condenatorias una frase de lamento, una palabra de disculpa. Lo correcto sería que expresaran su desolación por la actuación de algunos de sus representantes y que los apartaran de sus cargos. Pero aquí, salvo contadas excepciones, casi nadie dimite y ninguna formación expresa su malestar por la corrupción que invade a los partidos.
Me pregunto con frecuencia si nuestra democracia es suficientemente madura. Quizás, aunque estemos preocupados por ello, los ciudadanos
nos hemos acostumbrado a tener políticos corruptos que se llenan los bolsillos de dinero que no les pertenece o lo destinan a sus propios intereses. Quizás solo somos meros observadores de situaciones que no podemos reconducir. No cabe duda de que también hay políticos honrados, pero es tiempo de que terminen las prácticas abusivas y que tengamos partidos y políticos honestos. Los ciudadanos, además de estar preocupados, tenemos también las urnas para mostrar nuestra respuesta a la corrupción y el fraude de los partidos políticos. Esa es la hora de la verdad.
Eugenia de Andrés, periodista