Arrecia el debate sobre la gestación subrogada y sigo sin tener una opinión definitiva. Son tantas las caras del problema que a veces desearía no un vientre sino un cerebro de alquiler que zanjara por mí la cuestión. Bien pensado, al menos eso que ganamos con el debate: la demostración palmaria de que la vida es irreductible a la ideología, que no es sino el sistema impersonal de ideas fijas en el que –ironía– nos
subrogamos cada vez que no sabemos qué pensar o nos da pereza hacerlo por libre.
Pero esta vez de poco sirve acudir a nuestro ismo
de preferencia: la cuestión divide por dentro a las distintas familias ideológicas. Hasta el feminismo, que parece tenerlo claro en su condena de la práctica, se ve en el aprieto de explicar por qué el argumento a favor del aborto –el de que una mujer es dueña de su cuerpo– no sirve también para avalar que una mujer pueda querer –con lucro o de modo altruista– gestar el hijo genético de otros.
Un buen punto de partida para una discusión informada es el Informe sobre aspectos éticos y jurídicos de la maternidad subrogada hecho por el Comité de Bioética de España. Si bien el Comité termina por inclinarse por la prohibición a escala mundial de la gestación subrogada, lo hace tras noventa y dos páginas de respetuoso diálogo con todos los enfoques.
Por mi parte, creo que parte de la dificultad conceptual para abordar el tema proviene de no distinguir con suficiente claridad entre algo
injusto y algo que sencillamente no está bien. Consideramos que una relación es injusta cuando una de la partes entra en ella contra su voluntad, o con una voluntad viciada por la ausencia de opciones, o en una posición de debilidad que la hace víctima de iniquidades. Este es el juicio que nos merece instintivamente el uso del vientre de una mujer pobre, en un país pobre, por parte de una pareja rica, de un país rico. Si la gestación subrogada es debatida, no lo será por estos casos, donde la explotación es evidente y genera una repugnancia tal que hasta quien se beneficia de ella lo llevará con vergüenza y tratará de ocultarlo.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando la gestante vive en un contexto relativamente libre de pobreza y en un país donde la legislación la protege de abusos? Si un matrimonio amigo, que lleva años intentando concebir el hijo que desesperadamente desea, viajara de Barcelona a California –donde la maternidad subrogada se considera, con razón o sin ella, una técnica de reproducción asistida más– para firmar un contrato de gestación con una mujer, que ya es madre, que es retribuida adecuadamente, y con la que mantienen una buena relación después del parto, incluso afectuosa, no sería fácil para nosotros tildarlos de machistas o explotadores. Sólo podríamos decir que lo que hacen
no está bien. Y al hacerlo también nosotros nos estaríamos subrogando. En el papel de juez. No digo que no debamos. Digo que no es tan sencillo, y por eso deberíamos poder tener, antes de dictar sentencia, un debate respetuoso, sin entrar en sumarias descalificaciones ideológicas.
Juan Claudio de Ramón, escritor