Confieso que cuando vi a Lola Flores anunciando una nueva marca de cerveza, me quedé algo descolocado. ¿Cómo podía ser que ella, muerta hace más de veinticinco años, se incorporara al mundo de los vivos?. Dijeron que se trataba de una imagen deepfake, es decir, ultrafalsa, editada a partir de la de una imitadora, luego modificada por la utilización de unos llamados algoritmos de aprendizaje. Al parecer, esta técnica ya había sido utilizada en un episodio de Star Wars, en 2016, para dar vida a la princesa Leia, ya que Carrie Fisher, la actriz que la encarnaba, había muerto. En los últimos años la idea de resucitar virtualmente a los muertos se ha concretado en la forma de giras realizadas en holograma por ciertas estrellas ya fallecidas, como Amy Winehouse, María Calas o Whitney Houston que acaba de actuar en Madrid. A través de mi nieta, apasionada del manga japonés, me entero de la existencia de Hatsune Miku, una estrella del pop, cien por cien virtual, que, desde que fue creada en 2007, se convirtió en un fenómeno de masas, especialmente en Japón. Anclada en sus perpetuos dieciséis años, Miku es aclamada por todo el mundo por fans de todas las edades que, en sus actuaciones, agitan enloquecidos unos luminosos bastones amarillos.
La profunda falsedad de este tipo de imágenes que producen la ilusión de una capacidad de interactuar con los vivos, no es sino una versión perfeccionada de los trampantojos de la pintura y el teatro barrocos, que culminan en ese gran trampantojo que es el cine. Cuentan que la primera película de los hermanos Lumière, de tan solo treinta segundos, en la que se filma un tren que se va aproximando hacia la cámara, provocó que los espectadores salieran despavoridos de la sala. El trompe l’oeil, esa pretensión de engañar al ojo, haciéndole percibir ilusiones y cosas que no son, es, en el fondo, un recurso diabólico. Pues el diablo es el padre de la mentira y el engaño, un maestro en el arte de la metamorfosis y el disfraz, ducho en envolverse bajo el ropaje de la quimera. Bien es verdad que también la imagen eleva y que hay un maravillosismo de origen divino, una tradición de místicos visionarios que, no obstante, siempre anduvieron bajo sospecha de alucinación o hechicería. Fue así como se fueron haciendo precisos multitud de tratados para discernir las buenas de las malas visiones.
Hoy, ante el riesgo cierto de ver surgir una legión de muertos vivientes en forma de deepfake, de contar en el funeral con el holograma del muerto que nos habla, de perfeccionar los métodos de la calumnia, asociando la noticia falsa con la imagen ultrafalsa, se hacen también necesarios criterios de discernimiento. Hay que hacer caer la cortina que oculta la tramoya manipuladora del Mago de Oz, releer el mito de la caverna de Platón o sacar a la luz los intereses espurios de quienes, como el padre de Amy Winehouse, quieren sacar a los muertos de su eterno descanso para seguir explotándolos.
Carlos Eymar, filósofo, profesor del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado (UNED)