El aeropuerto puede crecer, tú no

Hace veinte años que tenía quince años. Hace quince años pasé un verano en Menorca, y allí encontré dentro de un libro de mis tíos una octavilla que decía “L’aeroport pot crèixer, Menorca no”. Me acordé ayer.

El Prat de Llobregat es un municipio del área metropolitana de Barcelona, su ayuntamiento es referente en distintos ámbitos, ha sabido desarrollarse de manera sostenible desde la llegada de la democracia hasta la actualidad. Superó la fiebre de los pelotazos urbanísticos sin pillarse los dedos, dotando a la ciudad de varios equipamientos, conjugando modernidad con crecimiento ordenado.

El Prat se conoce por albergar en sus límites el Aeropuerto de Barcelona, un aeropuerto internacional insertado en medio del espacio natural del Delta del río Llobregat. Como entenderán, se produce un difícil equilibrio en este ecosistema único habitado por tres especies en peligro de extinción, como son el avetoro común, la pardela balear y el águila pescadora.

Además, a menos de 500 metros de una de las pistas de aterrizaje/despegue, se encuentra La Ricarda, un complejo arquitectónico considerado como el máximo exponente del Racionalismo Catalán, proyectado por el arquitecto Antonio Bonet. Este complejo residencial fue refugio de varios artistas e intelectuales durante los últimos compases del franquismo, para que pudieran crear libremente resguardados de la represión de la criminal dictadura.

El aeropuerto puede crecer, de hecho, hay una intensa campaña mediática impulsada por el empresariado barcelonés y AENA para que así sea. En detrimento perdemos un ecosistema único y una parte irremplazable de la cultura y de la memoria de nuestra sociedad. El aeropuerto puede crecer, las contrapartidas son ecológicas e históricas.

Los peores momentos de la crisis de la COVID-19 nos planteó la siguiente pregunta y su respuesta: ¿cuáles son los empleos esenciales? Esos empleos resultaron ser en su mayoría los peor remunerados, invisibles, los que las clases medias no quieren realizar. Pero en cambio eran los esenciales para sostener el funcionamiento de la sociedad española en sus peores momentos de la contemporaneidad.

La economía real la representaron esos trabajadores de los empleos esenciales, la que sigue perdiendo peso contra la economía especulativa. El mundo seguía girando mientras los señores (y señoras) de negocios y turistas ya no llenaban los aeropuertos, paseando con sus maletas de ruedas entre terminal y terminal.

Seguimos necesitando una red ferroviaria para transportar mercancías, llevar nuestros productos al resto del mundo en el menor tiempo posible. Eso es desarrollar la economía real, eso es invertir en la economía del siglo XXI, eso es encarar la reconstrucción de la Unión Europea post Covid.

Si todavía no es el momento, si realmente resulta necesario ampliar la capacidad para el transporte aéreo de pasajeros, en ese caso se debería considerar abrir ese crecimiento al conjunto del territorio. Barcelona no puede ser la aspiradora de recursos, infraestructuras y talento del litoral Mediterráneo español, ni siquiera de Catalunya.

Si el crecimiento fuese indispensable, ¿no sería conveniente transferirlo a Girona, o a Lleida? Como país, ¿no sería positivo dejar de crear grandes polos que convierten sus alrededores en periferia?

Sabemos que necesitamos potenciar nuevos medios de transporte más sostenibles que los actuales, vaciar las ciudades de coches, vaciar los cielos de aviones, recuperar el silencio, cuidar la naturaleza, progresar con orden. Pero mientras no desarrollamos esta idea no deberíamos destruir nuestro ecosistema ni nuestra memoria.

Si a pesar de todo lo anteriormente expuesto se llevan a delante las obras de ampliación del aeropuerto de Barcelona, ¿qué pasará con el aeropuerto si viene otra crisis que frena el transporte aéreo? Habremos perdido demasiado por tener una mirada a corto plazo. El aeropuerto puede crecer, nuestro entorno no.

Andreu Llabina, historiador

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