Al poco de sentarse le sonó el teléfono, contestó, pronunció con un sollozo el nombre de la que supuse que era su amiga y se arrancó a contarle en voz baja sus penas de amor. No paró de llorar durante la hora y media larga que duró el viaje en AVE de Valencia a Madrid. Era un llanto contenido, que sofocaba con las manos, un llanto en voz baja. La chica estaba sentada detrás de mi asiento y yo la veía a través del cristal de la ventanilla. Íbamos casi solas en el vagón. Estuvo hablando largo rato por teléfono, siempre con la misma persona, a trompicones, como siempre sucede en el AVE. Cada vez que se cortaba ella miraba por la ventana y seguía llorando, hasta que volvía a conectar con su amiga. Yo ya no pude dejar de escucharla. Se explicaba tan bien, era tan universal, tan reconocible lo que contaba…
Era una de esas historias en las que el corazón lo tienes quebrado porque te has enamorado cuando no tocaba, cuando no estabas disponible… El tipo por el que se había vuelto loca se llamaba Miguel, Quise sentarme a su lado y consolarla pero no me atreví. Su amiga no la dejó desasistida ni un instante. En el fondo era una chica afortunada, capaz de sentir así, de verbalizarlo, de tener a alguien con quien compartir la pena que la asolaba. Pensé que si su historia fuera la letra de una canción de amor, un poema, unos versos de desamor, sonarían más o menos así.
«Me pasa que estoy triste, que no sé cómo hacerlo.
Me pasa que le quiero y que no debo.
Me pasa que está lejos, que no tengo remedio.
Me pasa que le veo y que me pierdo.
Me pasa que no quiero que sea lo único que quiero.
Me pasa que me quiebro, que no logro olvidarle.
Que me muero por dentro, y que cierro los ojos y recuerdo los besos.
Me pasa que me olvido de que estaba de paso.
Me pasa que estoy rota, que no sé lo que siente.
Que dos veces al día, por lo menos, caso de tener suerte
Tengo el corazón loco, y le busco y le miro
y no quiero buscarle, ni verle, ni mirarle,
ni que esté, ni volver, ni quedarme, ni irme,
ni esperar, ni llorar, ni morirme de pena.
Me pasa que estoy triste
que los días que pasan, no son días felices.
Que sin él, ni con él.
Ninguna opción me vale salvo el desasosiego,
las dudas, la zozobra, el estar sin estar.
El pensar que, quizá, por qué no,
por qué nunca nos dimos opción.
Y después, para nada, de ninguna manera.
La mirada, los gestos, el abrazo, la risa.
Todo lo que tenemos sin tener.
Me pasa que estoy triste,
que no sé cómo hacerlo.
Me pasa que está lejos,
y que es irremediable este desasosiego».
Un poco antes de llegar a Madrid se maquilló, para borrar, supongo, la huella del llanto. La seguí hasta la salida donde la estaba esperando un tipo en el andén. Supe que no era Miguel.
Mariola Cubells, periodista