Una vez al mes tenemos la oportunidad de hacer deporte con personas ingresadas en instituciones penitenciarias. Son un par de horas, al aire libre, en las que no pensamos en lo que hicimos antes y haremos después y nos concentramos en una competición en que poco importa quién gana y quién no.
Al final un refresco, una bolsa de patatas, un abrazo, “hasta la próxima”.
La prisión es una gran lacra de la sociedad que siempre se ha intentado defender levantando muros que para seguir creciendo algún día tienen que ser derribadas.
La situación previa a la cárcel tiene similitudes a la medicina. Diagnóstico- veredicto. Tratamiento-condena. Y el saber popular pone las cosas en su sitio. Vale más sentencia de médico que de juez. Porque el médico, por fortuna, puede dar un mal pronóstico que la realidad se encarga de corregir. Pero la sentencia de juez, confirmada, sigue su curso sin modificaciones.
Los buenos médicos porfían por hablar de personas y no de enfermedades. Sería ideal que así también ocurriera con la justicia. ¿Qué le ha ocurrido a una persona para que haya aparecido un hecho delictivo?
Hemos hecho avances en todas las disciplinas. Algunos impresionantes, casi indescriptibles. Y en nuestra actuación cotidiana seguimos con el código de quien la hace la paga, con un baremo de transgresiones que se correlacionan con periodos de privación de libertad.
Al enjuiciar a las personas no hemos avanzado en individualizar, en predecir con arreglo a evidencias qué va a ocurrir en el futuro que es lo que se plantean –con no menos responsabilidades- médicos, ingenieros de caminos o economistas.
La cárcel tiene presumiblemente un objetivo ejemplarizante –que se respete al prójimo y al bien común– y otro reparador, que durante la condena haya un cambio.
Y los límites de error están en el falso negativo, que vuelva a la calle alguien que no respete a los otros y a la colectividad. Pero también en el falso positivo de retener por un tiempo innecesario a alguien cuya alteración social ha sido episódica y no se va a repetir.
Muchos de los delitos tipificados tienen un contexto mediatizante. Habría que considerar si la persona que pasa en su cuerpo drogas a través de las fronteras lo hubiera hecho en un contexto personal muy diferente.
Una vez al mes huimos de nuestras cosas cotidianas. En ropa de deporte no se distingue quienes son internos, educadores o quienes simplemente les acompañamos. Podemos pensar que un día al mes no sirve de nada. Pero lo hemos hablado mucho: para todos es un día diferente.
Jordi Delás, médico