Este año el próximo puente de la Constitución se presenta largo y con opciones diversas: se pueden tomar los tres primeros días de la semana o bien empezarlo el miércoles, lo que suma en los dos casos cinco festivos. También se pueden acumular las dos opciones y conseguir nueve días de una tirada. Todo ello, claro está, los que trabajan, es decir los que pueden permitirse el lujo de calcular y esperar con ansia los días en que no trabajarán. Los demás darían lo que fuera por sustituirlos en esas jornadas de asueto.
Este largo puente se debe a la celebración de dos fiestas nacionales, la de la Constitución y la de la Purísima o Inmaculada Concepción. Algunos lo llaman el puente de la Inmaculada Constitución. Lo hacen en broma porque todos sabemos que la Constitución, como todo lo humano, de inmaculada tiene poco. Bueno, puede que todos no, y de ahí esta broma que juega con el dogma de la Purísima y el dogmatismo de otros puristas.
Yo prefiero la imagen de puente de la Constitución o de la Constitución como puente. Me gusta que ofrezca distintas oportunidades de celebrarlo, diversas interpretaciones de su alcance. Y que sea largo, para que por él circulen cuantos más mejor y que dé tiempo a mantenerlo, remozarlo, reformarlo, mejorarlo y asegurarlo para que, como los romanos, dure muchos años y contribuya a la comunicación, al encuentro, al progreso y nos saque de la separación y el aislamiento que se producen justamente cuando se caen los puentes. O se vuelan.
Los puentes los tienden los ingenieros y los obreros, pero siendo algo tan humano es también un trabajo de muy alta inspiración: competencia primordial nada menos que del mayor representante en la tierra de los asuntos del cielo, el papa de Roma, a quien por eso llamamos Sumo Pontífice, o sea, el más alto constructor de puentes.
Que nos sea favorable y sepamos aprovecharlo. El puente, digo.
Jaume Boix, director de El Ciervo