Dámaso Alonso (1898-1990) es recordado por su libro Hijos de la ira, de 1944, que irrumpió con toda su fuerza existencialista en plena posguerra española. Pero en la década siguiente escribió quizás algunos de sus poemas mejores, aunque no se cuidaría de agruparlos en libro hasta muchos años después, en 1981, bajo el título de Gozos de la vista. A él pertenece este estremecedor poema, recogido también en el reciente “Pliego de Poesía” de El Ciervo, nº 782 (julio-agosto 2020).
BÚSQUEDA DE LA LUZ
ORACIÓN
Yo digo:
«forma». Y ellos extienden en silencio las manos
sarmentosas, y palpan con amor: tiernamente
intuyen, «ven» (a su manera). Yo les digo
«perspectiva», «relieve», y acarician los planos
de las mesas, o siguen las paredes y tocan
largamente la esquina. Se sonríen, comprenden
algo. Pero si digo «luz», se quedan absortos,
inclinan la cabeza, vencidos: no me entienden.
Saben, sí, que con luz los hombres van deprisa;
sin ella, como ciegos, a tientas; que la luz
es un agua más suave que llena los vacíos
y rebota en lo lleno de las cosas, o acaso
las traspasa muy dulcemente.
Dios mío, no
sabemos de tu esencia ni tus operaciones.
¿Y tu rostro? Nosotros inventamos imágenes
para explicarte, oh Dios inexplicable: como
los ciegos con la luz. Si en nuestra ciega noche
se nos sacude el alma con anhelos o espantos,
es tu mano de pluma o tu garra de fuego
que acaricia o flagela. No sabemos quién eres,
cómo eres. Carecemos de los ojos profundos
que pueden verte, oh Dios. Como el ciego en su poza
para la luz. ¡Oh ciegos, todos! ¡Todos sumidos
en tiniebla!
Los ciegos me preguntan «¿Cómo es
la luz»? Y yo querría pintarles, inventarles
qué plenitud es, cómo se funde con el cuerpo,
con el alma, llenándonos, embrïaguez exacta,
mediodía, mar llena, enorme flor sin pétalos,
mosto, delicias, escaparate de mil joyas
brillantes, cobertura del mundo hermoso, ingrávida
vibración exquisita. No, no saben, no pueden
comprender. Digo «rojo», «azul», «verde». No saben.
«Color»: no saben. Nunca recibió su cerebro
esa inundación súbita, ese riego glorioso
―bocanadas de luz, dicha, gloria, colores―
que me traspasa ahora: ahora que abro mis párpados.
Maravilla sin límites: mar, cielo azul, follajes,
prados verdes, llanuras agostadas; la nieve
ardiendo entre las rosas rojas; o labios rojos
con sorbete de nieve.
Bendito seas, Dios mío.
Apiádate, Señor, de los ciegos, y dales
felicidad. No pido la tuya, la del éxtasis
invarïable y blanco. Felicidad terrena
te pido. Engáñalos ―más que a los otros hombres―,
dales tus vinos suaves, leche y miel de tus granjas,
hasta que puedan verte. Hazlos niños del todo,
que jueguen y que rían.Embriágalos, palpando.
Que no sepan. Señor, tú puedes convertirles
su gran miseria en dicha.Ilumina los pozos
profundos donde nunca rayo de luz ha herido.
Oh inventor, crea, invéntales otra luz sin retina.
Hazlos pozos radiantes, noches iluminadas.