En algún lugar dice Ortega y Gasset que una sociedad está en forma cuando está “fuera de sí”, es decir, cuando se entrega a una tarea que la descentra y saca de su ensimismamiento. Si miramos la historia reciente daremos la razón al filósofo. En el año cenital de 1992, por ejemplo, España estaba fuera de sí. Nuestro país venía de involucrarse en el proceso de paz de Oriente Medio organizando la importante Conferencia de Madrid. Hizo aportaciones sustanciales al Tratado de Maastricht –la idea de ciudadanía europea, los fondos de cohesión– que se firmaría en febrero de aquel año. Deslumbraría al mundo con la refundación del olimpismo moderno en Barcelona. Y acogería en Sevilla una feria para exhibir todos las gracias y dones de la humanidad. España estaba en forma porque se dedicaba a algo que no era ella misma.
Hoy la situación es muy distinta. Ensimismados y absortos en nuestra propia e infeliz circunstancia, dejamos pasar oportunidades (como al Agencia Europea del Medicamento) y no se nos ocurre gran cosa que aportar a la conversación mundial. Y lo que es cierto para las sociedades, lo es también para las personas: también nosotros, para estar en forma, necesitamos estar
fuera de nosotros. Hace poco me lo confirmaba un editor barcelonés: la crisis política en Cataluña hace que la gente compre menos libros, y no se trata tanto de una decisión de ahorro como que la excesiva obsesión con un único tema inhibe el interés por la novela o el ensayo. Atrofiados y melancólicos, huimos de la mesa de novedades.
Yo mismo, lector, pudiendo haber escrito sobre cualquier otra cosa, he escogido hacerlo una vez más sobre nosotros, sobre lo que nos pasa. Pero noto que estoy llegando a mi punto de saturación. El solipsismo cansa y me entran ganas locas de estar fuera de mí.
Juan Claudio de Ramón, escritor