Escribo desde Barcelona. Ahora me doy cuenta que la escultura de Joan Miró “La Dona i l’Ocell” está envuelta en un andamio. Cada día miro por el balcón y hasta ahora mismo no me había fijado en que uno de los elementos centrales que adornan mis vistas ha variado. Recuerdo perfectamente cada nueva construcción que ha ido completando el skyline que veo desde el comedor, en cambio, no recuerdo cuando dejé de recordar todas las fechas históricas que ha estado gestando “el procés”. Es 11 de septiembre y quiero hablar de lo que sucede más allá de mi balcón.
Me siento un marciano en mi propio país. No me siento intimidado ni coartado, no siento la necesidad de esconder lo que pienso, y si hay una discusión sobre el 1-O doy mi opinión. Pero mientras veo que amigos y conocidos se posicionan sin fisuras en uno de los dos bloques (el que niega la posibilidad que los catalanes podamos decidir el futuro de Catalunya y el que quiere la independencia de Catalunya de manera exprés), yo no me siento representado por ninguno de ellos.
Dejen que me explique: quiero que los catalanes podamos decidir sobre nuestro futuro, pero para ello debe existir un consenso. Vamos, seguir lo que dice la Comisión de Venecia sobre la celebración de referéndums y, sobre todo, salga el resultado que salga, que en Catalunya haya un solo pueblo. No olvidemos que catalán es quien vive y trabaja en Catalunya (y quiere serlo); esta definición nos la tenemos que grabar a fuego en nuestras mentes.
No me siento entre la espada y la pared, me siento entre dos muros que poco a poco se van acercando. Un muro intolerante que no acepta la pluralidad nacional en su país, un muro que no escucha y usa las instituciones y recursos públicos para emprender la guerra sucia contra sus adversarios políticos. El otro muro (aunque quizás sería más acertado llamarlo “pared”, ya que no tiene la misma fuerza política ni económica que el primero) avanza de manera unilateral, y para ello no duda en hacer valer su mayoría en el Parlament para avanzar. Esta pared ha dejado de escuchar a los que no quieren avanzar hacia la independencia.
Siento que estoy en medio. Me viene en mente la secuencia de “Star Wars” en el compactador de basura, no sé por dónde voy a salir, pero sé que saldré de una pieza. Inmediatamente después tengo otro flash, el expresidente José María Aznar diciendo “antes que España, se romperá Cataluña”; otro flash (¡toma ya! Estoy inspirado) el Parlament medio vacío aprobando la Ley del Referéndum y a continuación aprobando la Ley de Desconexión; y finalmente al Presidente Mariano Rajoy diciendo “Cuanto peor mejor para todos y cuanto peor para todos mejor, mejor para mí el suyo beneficio político”, y aunque esta cita no va ligada al tema que nos trata bien se merece volver a ser escrita y leída (además tiene el poder de hacer reír y dar pena al mismo tiempo).
En fin, que es 11 de septiembre y las emociones están en la calle, la gente tiene ganas de votar en un referéndum, por higiene democrática y para desbloquear una situación que nos acompaña desde hace cinco años. No tengo ni idea de quién va a ganar este pulso, ni de si el Gobierno de España va a dejar votar, ni de si habrá una escalada de tensión. Pero sí sé que ante la falta absoluta de argumentos para no dejar votar y la voluntad de lograr la independencia existe un sendero, hoy muy estrecho, por el que deberá pasar todo un país.
Uno de los dos venceréis, pero no me habéis convencido.
Andreu Llabina, historiador