Índices mutantes

Resulta que a Emmanuel Macron se le derrite la cuota de popularidad al calor del verano. Su apoyo es sensiblemente menor que el de Sarkozy y Hollande a los cuatro meses de entrar al Elíseo y encima su idilio con los medios de comunicación empieza a menguar. ¿La culpa? Según el presidente francés, de la “mala comunicación” y la “falta de pedagogía” sobre sus reformas. No ha sido muy original a la hora de buscar las razones, que digamos. Ya es tendencia que cuando un líder moderno pierde simpatías lo achaque a que no se expone de manera adecuada su acción de gobierno. Es una especie de no es que lo haga mal, sino que la gente no sabe que lo hago bien porque no se lo explicamos como deberíamos. Cambiemos al director de comunicación, a ver si así remontamos.

Acechados por la volatilidad de unas redes sociales donde las modas, las noticias y los mensajes son cuestión de días, sino de horas y minutos, los políticos de hoy surfean como pueden la ola del día a día pendientes de que ninguna declaración inoportuna o gesto inapropiado se lleve por delante su reputación. Si al menos fuera debido a razones políticas… a veces también cuentan, pero el espectáculo y la puesta en escena ya casi son más importantes que la aburrida tarea de gobernar. Así nos va, una gran masa de gente hablando de los tacones de Melania en Houston mientras su marido el presidente –o más bien su equipo- trata de recuperar la América de antes que tanto echa de menos a golpe de firmas y decisiones que quizá no trasciendan en las arenas de facebook o twitter por poco atractivas o, directamente, aburridas.

Quien sí entretuvo en su momento, y mucho, fue el propio Macron. Su irrupción en el mundo de lo mediático y viral fue tan rimbombante y excesiva que durante un tiempo parecía que el mundo había descubierto a otro mesías llamado a cambiar el rumbo de la humanidad. Todavía recuerdo las lágrimas vertidas al escuchar a Obama durante su discurso de investidura, o a Sarkozy de puntillas por la emoción bramando que iba a refundar el capitalismo… Pero la popularidad tiene mucho que ver con las expectativas que medios, redes e individuos fabricamos y destruimos a ritmo de vértigo. Pasan los siglos y seguimos a lo nuestro; levantando ídolos que, (poco) tiempo después, acabamos enterrando en el olvido para adorar a otros.

Carles Padró, periodista

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