La culpa

Cuando pienso en ella, se me antoja una imagen negativa. El mensaje que mi cerebro escupe enseguida es: “deshazte de ella, sentir culpa te erosiona por dentro, te paraliza, te congela…”

Delante de estos mensajes, me gusta reírme de mí misma y llevarle la contraria a mi pensamiento. La pregunta que me hago es si existe una cara positiva de la culpa. Me sorprendo respondiendo que sí.

Como describía el Instituto Superior de Ciencias Religiosasde Barcelona, en uno de sus cursos monográficos, la culpa es una noción antigua y de largo recorrido. Diferentes disciplinas han reflexionado sobre ella. La religión, la moral, la filosofía, el derecho, la historia, la antropología, la psicología…

 

La culpa es rica y compleja. Ignasi Boada afirma que hoy no son pocas las personas que tienen la impresión de haber pasado de una cultura en la que el sentimiento de la culpa estaba presente, a una época en que la culpa prácticamente ha desparecido. Parece que no nos sintamos culpables de nada,

aunque somos expertos en buscar culpables para todo lo que no funciona.

Con esto último empiezo a argumentar una posible cara positiva del sentimiento de culpa. Sin negar esa cara oscura, que vivida de forma obsesiva podría convertirse en patológica, e incluso llevarnos a la depresión o a enfermar de otro modo.

Creo que es posible tener un sentimiento de culpa sano. Responsabilizarnos de cuando hemos hecho daño al otro, o a nosotros mismos, sin que ello nos lleve a perder nuestra alegría.

A veces nuestros deseos son diferentes a los del otro y traicionamos la empatía. Eso puede llevarnos a sentirnos culpables porque aunque estemos defendiendo nuestro deseo, nos importa el otro. Esa pequeña culpa nos avisa de la empatía que sentimos.

“Empezó Siddharta: -Con tu permiso, padre. He venido a comunicarte que deseo abandonar mañana tu casa para irme con los ascetas. Mi deseo es convertirme en un samana. Espero que mi padre no se oponga. El brahmán quedó en silencio y permaneció así tanto tiempo que, por la pequeña ventana, pasaron las estrellas y cambiaron su figura antes de que se rompiera el silencio de aquella habitación. Callado y sin moverse se hallaba el hijo, con los brazos cruzados; callado y sin moverse el padre seguía sentado sobre la estera. Y las estrellas pasaban por el cielo. Entonces declaró el padre: -No es conveniente que un brahmán pronuncie palabras violentas y furiosas. Pero la indignación estremece mi alma. No quiero oír de tu boca este deseo por segunda vez.”

La escena me recuerda a la de un joven que quiere ser artista y se confronta con un padre que quiere que sea médico. La autodeterminación le llevará a herir a su padre, pudiéndose sentir así culpable en el momento de defender el deseo.

Esa para mí es una parte positiva, desde la culpa descubrimos la empatía. Aunque el joven defiende su deseo, es empático con su padre, le sabe mal que se enfade, pero no renuncia a su identidad. De haber renunciado, entraríamos a hablar de la cara oscura de la culpa. El otro, queriéndolo o no, podría llegarnos a manipular a partir de esa culpa.

Dicho esto, eso me lleva a afirmar que la culpa podría definirse también como la traición de la empatía. Perdemos de vista necesidades, intereses, o deseos.

Cuando la culpa se asoma, la pregunta sería: ¿Podría haber evitado el daño que he hecho?, ¿qué he aprendido? El sentimiento de culpa positivo tiene que ver con la capacidad de hacerse cargo del daño hacia el otro, y con el interés de remediarlo

.

En lo que respecta a uno mismo, puedo sentirme culpable porque pudiendo haber hecho algo, no lo he hecho. Quizás por pereza, por falta de organización, por el motivo que sea… esa culpa puede

desafiarnos a que seamos mejores, a superarnos y a sentirnos más autorealizados la próxima vez. Es como un “venga, va, activémonos”. Si uno es demasiado laxo, y se lo permite todo, dejando de lado el desarrollo de su potencial, podría ir apagándose. Por si acaso: es diferente cuando exigimos todo lo posible, a cuando nos exigimos lo imposible.

En resumen, la parte positiva de la culpa tiene que ver con la empatía, con la responsabilidad, y con la superación de uno mismo.

Lucia Montobbio, periodista y mediadora

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