La guía para los despistados del 20D

Ayer se celebraron las elecciones generales en España. Este texto se pensó, redactó, editó y muy cerca estuvo de publicarse –por despiste propio– antes incluso de que se celebraran los comicios. No porque se trate de una quimera, sea un intento de futurología o –lo que es peor– piense que nadie lo leerá, sino debido a que el resultado se decidió mucho antes de que los españoles fueran en masa dominguera a depositar su voto en las urnas.

Ganó el PP, y perdió Rajoy. Sobrevivió el PSOE, y desapareció

Sánchez. Lo celebraron tanto Rivera como Iglesias, y estallaron de júbilo tanto Ciudadanos como Podemos –con el PNV mirando de reojo, como quien sabe que decidirá mucho más de lo que dicen los números finales de escaños.

El ambiente era el que era, de cambio, y el resultado más previsible de lo que decían. La ilusión se reflejaba en las caras de los votantes en cada uno de los colegios electorales.

Uno, siempre que le dejan, acude a depositar su voto con inusitada alegría y fervor detectivesco, intentando averiguar quién vota qué. Y en esta ocasión, observar una a una, al detalle, las caras de quien recogía la papeleta, la doblaba, cerraba el sobre cuidadosamente y humedecía su solapa beso a beso para entregarlo bien cerrado, y que con no menos sigilo lo depositaba en una urna transparente, era lo más parecido a presenciar el

spoiler indeseado del último capítulo de tu serie o película favorita.

La fiesta de la democracia en realidad se parece a un parto: el final real se desconoce, pero se intuye y vive con pasión. En 1982 así fue. En 1996 también. En 2004 –como en 2011– se siguió la senda del desastre para dar un vuelco a las encuestas, hasta llegar a un 2015 en que se siente la senda del cambio –la palabra más querida por todos, salvo para los que estaban en el Gobierno.

La nueva España me recuerda a mi querida Euskadi: muchos partidos, la obligación de pactar, shocks

iniciales y alivios posteriores porque, después de todo, las reglas son las que son, iguales para todos, y no queda más que amoldarse, para bien o para mal. Y si en el País Vasco los gobiernos transversales han sido a menudo un gran favor a la democracia y la convivencia, ¿por qué no comenzar ahora a nivel estatal? PSOE y Podemos, Ciudadanos y PP; intercalen las siglas como quieran, pero acostúmbrense a ellas, porque perdurarán.

La legislatura no será corta, pero sí entretenida. Incluso bronca. No pasa nada. Después de todo, tan sólo hace falta pactar dos medidas: las económicas, para sacar al país del agujero en el que está metido; y la territorial. O lo que es lo mismo, dedicarle más atención a Catalunya que el solo minuto que se le dio en el cara a cara entre Pedro Sánchez y Mariano Rajoy. Y en esto cada uno de los cuatro partidos mayoritarios cuenta si se quiere dar con un proyecto de país que supere a las siglas.

Alexis Rodríguez-Rata, periodista y politólogo

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