El azar, o tal vez el destino, me ha convocado a París, para pasar una semana de este mes de mayo que ahora concluye. Llego un día de huelga de la SNCF, en el que, además, la lluvia y algún paquete sospechoso en la línea 4, me dejan como perdido entre la multitud, abandonado a un sentimiento de impotencia y caos. Por la radio dan la noticia de que en algunas universidades se han boicoteado los exámenes para protestar contra el proyecto de reforma universitaria de Macron. Huelgas y revueltas estudiantiles ¿estaremos regresando a mayo del 68?
A modo de respuesta, doce horas más tarde, veo amanecer un magnífico día primaveral. El jardín de Luxembourg está florido y en la plaza de la Sorbona se respira tranquilidad y se escucha la conversación de quienes están sentados en las terrazas.
Algunos viandantes curiosean en las librerías en cuyos escaparates se exhiben ciertos títulos sobre mayo del 68. Salvo esos libros, no hay nada que haga pensar en el escenario donde, hace cincuenta años, tuvieron lugar aquellos míticos combates. Junto a las verjas del Hôtel de Ville, se alzan unos paneles conmemorativos sobre fondo rojo. En uno de ellos, la alcaldesa, Anne Hidalgo, invita a descubrir la lengua de mayo en la huella que dejaron sus palabras sobre los muros, panfletos y anuncios, en las calles de Paris. Resulta curioso que ella encabece su propuesta con una conocida frase del jesuita Michel de Certeau: “En el pasado mayo, se tomó la palabra como se tomó la Bastilla en 1789”. Si hay algo que mayo del 68 mostró fue la disociación existente entre el poder y el lenguaje, la hipocresía latente en muchos discursos institucionales.
Pero el lenguaje de mayo del 68 se convirtió exclusivamente en un lenguaje onírico, un lenguaje del deseo, en una escritura automática como la que predicaban los surrealistas.
Mayo rompió con un lenguaje de lo universal, de lo normativo, para predicar la desafección hacia los grandes sistemas de sentido. El fracaso de mayo del 68, se debió, según dijo en su día Castoriadis, a su incapacidad para institucionalizarse. No se puede tomar al placer, al sueño y a la utopía, como sustitutos de la realidad, pues ignorar la realidad significa entregarse en brazos de la institución existente. Así se explica que la conmemoración de mayo del 68, se esté realizando por las instituciones: ayuntamiento, biblioteca nacional, universidad, museos, filmoteca, prefectura de policía…También, que la estética sesentayochera sea explotada por los
bobós (bohemios-burgueses) y por marcas como Gucci, Diesel, Benetton o Pepsi.
Comparto el diagnóstico de Gérard Leclerc cuando intuye la presencia del Espíritu bajo los adoquines de mayo. Pero aquellos gemidos inefables del Espíritu exigían ser articulados en una lengua. El carisma sin institución es solo un efímero temblor de voz.
Carlos Eymar, filósofo, profesor del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado (UNED)