Los símbolos a examen

El tercer sábado de noviembre, el Dr. Francesc-Xavier Marín impartió una conferencia sobre cómo la Mitología y la Simbología conforman el pensamiento narrativo. La conferencia tuvo lugar en el Aula Magna del Seminario Conciliar de Barcelona, enmarcándose en el programa del Diploma en Mitología y Simbología y en el contexto del día mundial de la Filosofía.

Como punto de partida, el doctor Marín recuperaba la frase de Sócrates: »

Una vida no examinada no merece ser vivida«. Esta sentencia que nos ha llegado a través de Platón es el complemento de aquella otra que la tradición atribuye a la pitonisa del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. La importancia de Sócrates (que divide la historia de la filosofía antigua en pre-socráticos y post-socráticos) proviene seguramente de su pretensión de vivir en profundidad, insatisfecho con las respuestas convencionales a las cuestiones determinantes: ¿qué son el bien, la belleza, el amor, la justicia, el poder…? Es la negativa a una vida simplemente vivida, a una existencia puramente biológica, y la apuesta por la búsqueda de una vida clarificada porque va en busca de sentido.

Desde el lujo que representa llevar una vida examinada podemos plantearnos la cuestión de cómo los símbolos, ayudándonos a pensar, guían nuestra existencia. No se trata tanto de someter los símbolos a examen cuanto de permitir que los símbolos nos examinen, nos diagnostiquen para evaluar el estado de nuestra comunicación. Hay en los símbolos una dimensión terapéutica porque aportan sentido, otorgan salvación.

Del olvido a la recuperación de los símbolos

El siglo pasado se ha caracterizado por toda una serie de problemáticas alrededor del lenguaje: la relación entre el lenguaje y el pensamiento, entre el lenguaje y la realidad. Ha sido un giro lingüístico para la filosofía haciendo del lenguaje el eje vertebrador de nuestras reflexiones: ¿todo puede ser dicho?, ¿nuestra capacidad expresiva es ilimitada?, ¿qué hacer cuando fracasa la comunicación?

Esto contrasta con la mala fama que tenía el símbolo anteriormente, cuando se consideraba que el recurso al simbolismo era la prueba del fracaso de la razón plasmada en conceptos. Se decía entonces que apelar a los símbolos era síntoma de primitivismo o de locura. Los pueblos considerados “salvajes” por la etnografía se expresaban simbólicamente pero nosotros, que constituimos la civilización, accedemos a la realidad y a la verdad a través de los conceptos. Esta tesis etnocéntrica había legitimado una concepción dialéctica del lenguaje: hablar es arriesgarse a confrontar nuestras ideas con las de otros, a intercambiar cosmovisiones y, a veces, a constatar que discrepamos. Se decía, en este caso, que todo se resolvía en argumentar y contra-argumentar, en una especie de batalla para ver quién salía victorioso. La falta de acuerdo abocaba a la incomunicación.

Sin embargo, una moderna concepción que apela a los símbolos, recuerda que no todo concluye con la concepción dialéctica del lenguaje. Raimon Panikkar, por ejemplo, habla de la dimensión dialógica que constata que la alteridad del otro con quien no llego a acuerdos no impide seguir defendiendo que, a pesar de la discrepancia, aún podemos comunicarnos, es decir, hacer cosas en común, construir una comunidad.

Somos intérpretes

La propuesta de Paul Ricoeur se concreta en la expresión “

el símbolo da que pensar”, es decir, en el movimiento que va de la donación a la posición del sujeto en tanto que intérprete. Los símbolos (con independencia de que provengan del ámbito de las hierofanías, de lo onírico o de la imaginación poética) conceden el sentido en su impulso hacia aquello simbolizado. No son simples signos ni deben ser interpretados alegóricamente sino pensados en relación con la alteridad del sentido presente y a la vez ausente. Este es el trabajo de la fenomenología y de la hermenéutica: no hay símbolo que no suscite una comprensión a través de una interpretación.

Pero la lógica simbólica no es representacional sino relacional. Este es el sentido etimológico del símbolo: la combinación de unos elementos que, reunidos, confieren un sentido. El símbolo es el reconocimiento de un pacto, de un acuerdo, de una alianza entre participantes que comparten la lógica simbólica. Mientras el signo informa y designa, el símbolo nos remite a una realidad compartida. Hemos pasado de la naturaleza relacional del símbolo centrada en el vínculo entre aquello que simboliza-aquello simbolizado a otra naturaleza relacional que pone el acento en cómo el símbolo nos permite pasar del Yo al Nosotros. No hay sólo la relación entre cada sujeto y la realidad, sino sobre todo el vínculo intersubjetivo que instituye un mundo compartido. De este modo, los símbolos constituyen una relación que permite poner en juego la dimensión social. Hemos pasado del símbolo DE al símbolo ENTRE. El símbolo (aún) da que pensar.

Lucia Montobbio, periodista y mediadora

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