Ha muerto Luis Izquierdo, poeta, catedrático de literatura, crítico y amigo nuestro, miembro del consejo editorial de El Ciervo. Nació en la Barcelona de 1936, tiempo de guerra, y en Barcelona ha muerto en paz a los ochenta años. Luis llevaba diez años retirado de las aulas pero no de la cátedra, que ha seguido ejerciendo en forma de artículos, presentaciones, jurado de premios, charlas, prólogos, estudios y sobre todo poesía. Ha sido un docente de los que dejan huella en sus alumnos. Debutó en 1970 en la Universidad de Barcelona. Era entonces un profesor novel y novedoso que con su estilo jovial, su buen talante, cordial y ameno, su ironía amable, su flequillo y su pipa, su elegancia que hoy diríamos “casual”, trajo a las aulas, los pasillos, los despachos y el patio, tan movido en aquellos años rebeldes, un aire de modernidad rápidamente apreciado por los estudiantes. Durante mucho tiempo fue él “el hombre que entendió a Kafka” y que lo dio a conocer aquí. No es poco mérito. Y a lo largo de sus 35 años de docencia, Luis Izquierdo ha sido un profesor, un maestro, querido. Difícil encontrar mayor elogio.
En El Ciervo, Luis colaboró de mil maneras, en muchos modos y en cualquier tiempo, como todos los amigos suelen hacerlo en esta casa. De sus años mozos (1963, tenía él 27) me ha llamado la atención una breve crítica de cine en la que de la fusión de ironía y poesía resultaba un destello de lucidez. Hacía notar Luis que “El maquinista de la General”, película muda, era “la mejor película hablada estrenada en muchos años”. No lo decía como una denuncia entre líneas del silencio impuesto por la censura en aquellos años oscuros, como quien dice “por lo que hay que oír…” o “por lo que nos dejan escuchar…”, sino como un elogio al silencio y al valor poético que daba al gesto, el gesto del adusto Buster Keaton.
“El gesto de Buster Keaton es el gesto humano, total, entrañable que solo puede alcanzar la poesía basada en la esencial inseguridad que posee el hombre en los momentos decisivos de su existencia: manifestación de la propia dignidad, amor, justicia (esa grande y minúscula justicia que se ha de ganar el hombre con el sudor de su frente, como el pan) y encuentro ineludible con la máquina ciega de la guerra. Buster Keaton —termina el joven Luis Izquierdo— es la alegre afirmación de la esperanza humana en esta película apta para todos los niños, para el niño que todos los hombres quieren descubrir en lo más auténtico de sí mismos”.
Me gustaría pensar que esta inseguridad y esta esperanza es la que ha sentido Luis en el momento más decisivo de la existencia, cuando ha llegado, inexorable, el tiempo del silencio definitivo. Adéu Lluís.
Jaume Boix, director de El Ciervo