En días como estos el ciervo querría poder beber de una manantial no contaminado. Lo tiene difícil. El odio cultivado largos años por espíritus mezquinos se ha filtrado por toda la llanura y quedan pocos arroyos claros donde apaciguar la sed. No nos quejemos. Es culpa nuestra. Durante décadas hemos visto embalsarse el agua turbia delante de nuestros ojos y ahora nos sentimos a merced de la riada.
Hablo, por supuesto de España, de Cataluña, de Cataluña en España. Otra vez. El Ciervo
es una venerable revista barcelonesa, y aunque hubiera querido evitarlo, hablar de otra cosa hoy en el blog me parecía eludir una responsabilidad. No me embosco: tengo mi propio análisis de cómo se ha llegado hasta aquí, un análisis que creo ponderado, pero que no reparte las culpas en dosis iguales. Sé quienes son los que más se han esforzado en traernos a esta penosa situación. También sé qué bando cuenta con mi lealtad, por la sencilla razón de que es el único bando en posición de ser el de todos. España es un Estado democrático y de derecho, y su Constitución merece ser defendida con inteligencia y con firmeza. Pero también sé que de aquí solo salimos perdiendo y que pasarán años antes de que llegue la sutura y una mínima concordia pueda restablecerse. Mi corazón se consuela con la esperanza de que algunas cosas, antes de ponerse mejor, se tienen que poner peor. Para que el agua vuelva a manar clara y limpia.
Juan Claudio de Ramón, escritor