No es la solución dejar de recoger náufragos, prohibir la venta de manteros, desalojar de las plazas a los niños de la calle. Las tres acciones tienen el cariz absurdo de las tentativas egoístas que persiguen tratar consecuencias sin el menor respeto a las causas.
No se puede hacer una propuesta sin analizar profundamente las repercusiones. Es la mejor definición de irresponsabilidad y tiene algo de cinismo intervenir por activa o por pasiva en un sistema y observar lo que ocurre.
En los tres sistemas reseñados la repercusión previsible es la violencia. La humanamente más grave, dejar los náufragos a la deriva, tiene como resultado la muerte. ¿Es justificable que a fuerza de muertes prevalezca el concepto que no se debe emigrar a Europa? ¿O quién puede valorar que no seguirán siendo más importantes las pulsiones de marchar que el riesgo de morir?
Los manteros. Si ya no venden, ¿cómo se mantienen? No es mi problema podrán decir muchos. Pero para alguien sí ha de ser su problema. Desde un punto de vista social, humano o de orden público. ¿Va a ser legítimo delinquir para pagar una habitación de pensión o un piso abarrotado?
Mueven a los adolescentes, a los jóvenes de sus plazas. En algunas los vecinos habían creado contactos y apoyo. El plan: aquí, no y la especulación de a dónde van a dirigirse. Tan sólo. Se ven más deambulando.
Sin duda, hay que actuar en origen. En esos lugares donde no tiene sentido seguir viviendo. También durante el viaje y también en el destino. La bolsa de personas sin permiso de trabajo, sin posibilidad de sostenerse ha de solucionarse. Lleva a la denigración de la persona, ausencia de perspectivas, alternativas impensadas, violencia y delincuencia.
Hay que cambiar las reglas. Y es urgente.
Jordi Delás, médico