Es espectacular el aumento del turismo en toda Europa. En los últimos años supera ya los 609 millones de visitantes, con incrementos que se sitúan entre el 4 y 5 por ciento anual. España es uno de los destinos más solicitados: en 2016 se estimaron 75 millones de visitantes con un gasto de más de 60.000 millones de euros.
Hay ciudades que en los últimos años han visto aumentada la afluencia de visitantes. Londres, París, Roma, Lisboa, Berlín, Estambul, Praga, Florencia, Barcelona, Madrid, Amsterdam son algunas de las que tienen mayor demanda.
Pero frente a estos datos positivos, la afluencia de tantos turistas urbanos plantea también inconvenientes. Muchos servicios ciudadanos están desbordados. El transporte público, por ejemplo, en algunas ciudades es ya insuficiente. Hay barrios en los que se crean tensiones con la llegada de tantos visitantes. Su masiva afluencia está cambiando la fisonomía de determinadas zonas. Los comercios tradicionales se han sustituido por bares, restaurantes o por otros negocios que alquilan bicicletas, ofrecen visitas guiadas o venden souvenirs.
No se trata de poner puertas al campo, pero la llegada de tantos turistas urbanos está ejerciendo presión en las ciudades. Algunas están inmersas en una gran especulación inmobiliaria, con la aparición de pisos en alquiler sin ningún tipo de control y el consiguiente aumento del precio de la vivienda.
Hace unos días en Lisboa me di cuenta de que ya casi no se puede recorrer la ciudad en el tranvía número 28. Su capacidad es insuficiente para la cantidad de gente que quiere disfrutar de ese delicioso recorrido por las calles de Baixa, Graça y Alfama para llegar hasta Campo de Ourique. Cuando esperaba en la cola para subir al “eléctrico”, una señora lisboeta me dijo: “este tranvía ahora parece para ganado, no para personas”. Algo de eso hay.
Eugenia de Andrés, periodista