Bob Dylan, premio Nobel

Marta Pessarrodona es una de nuestras mejores poetisas. Cuando yo era decano, y ella miembro del consejo asesor de mi facultad, no sé a cuento de qué le pregunté durante un aperitivo si le parecería bien que Bob Dylan obtuviese el Nobel. De ninguna manera, vino a decirme. No recuerdo sus argumentos, que debieron ser serios y contundentes. Yo le dije tímidamente que a mí no me parecería mal que se lo dieran.

Y se lo han dado. Me alegro. Bob Dylan será un cantante, pero es un poeta. Un poeta que canta. ¿Y no se ha cantado durante siglos la poesía? No me gusta la poesía que no es musical ni la música que no se puede bailar. Dante, Verlaine, Sylvia Plath, son cantables; Bach, Prokofiev, el blues, son bailables. Dylan es cantable y bailable. Pero sobre todo es un poeta que escribe versos, y unos versos que dicen cosas a alguien y por algo. Dylan es el poeta de tres generaciones del mundo occidental, entre los años sesenta del siglo XX y primera quincena del siglo siguiente. Ha puesto y aún pone música a la disconformidad del sujeto en este mundo de opulencia y miseria, muchedumbre y soledad, esperanza y frustración. Leonard Cohen, que podía haber recibido el Nobel antes, es más íntimo e intemporal. Quizás mejor escritor, pero no tan voz de la totalidad del sentimiento mundano –no tan bardo– como Dylan. También Lennon, exceptuado el

Yellow Submarine, fue poeta. Y muchos habremos crecido al son de todos estos y otros más poetas que cantan y nos piden bailar.

De modo que nos alegramos por el Nobel para Bob Dylan. Nuestro Homero de carretera, Ovidio de guitarra eléctrica. Es también un poco de Nobel para todos sus seguidores. “Knock, knock on heaven’s door”.

Norbert Bilbeny, catedrático de Ética

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