Hace unos días, en Egipto, dos autocares en que viajaban cristianos coptos fueron ametrallados. Veintinueve personas murieron. Antes de semana Santa, dos iglesias coptas fueron atacadas, y otra más, días antes de Navidad, en El Cairo. La consecuencia es que, en los últimos meses, cerca de 100 miembros de esta comunidad religiosa han perdido la vida en manos del autodenominado Estado Islámico. Los cristianos no llegan al 10 por ciento de la población egipcia. La situación de miedo en que se desarrollan sus vidas es compartida por miles de cristianos, alrededor del mundo. La
Catholic News Agency (CNA) ha dado a conocer en Washington D.C un estudio (Bajo la espada de César) según el cual, la comunidad cristiana es la más perseguida alrededor del globo. Según el país, la actitud frente al hostigamiento es la supervivencia, las estrategias de asociación o –en muy menor medida- la confrontación.
Otra organización, Puertas Abiertas, cifra en cerca de 215 millones de cristianos los que experimentan un nivel de persecución alto, muy alto o extremo. Además, enumera un total de cincuenta países en los que el nivel de acoso a los cristianos es importante. En la primera posición aparece, como otros años, Corea del Norte. Somalia, Afganistán, Pakistán y Sudán le siguen. Se alerta de la creciente hostilidad hacia los cristianos en el sur y sudeste de Asia, a causa del creciente nacionalismo religioso.
Vivimos en un país, en un continente, donde, a pesar de que ISIS nos considera infieles y no duda en asesinar a niños y chiquillas que acuden a su primer concierto, el odio religioso nos queda muy lejano. Sin embargo, tal vez deberíamos pensar en los 650 millones de personas para los que mantener su fe supone marginación y situaciones difíciles –en 215 millones, hasta riesgo de muerte-, para ayudarnos a profundizar en lo que son las creencias – las tengamos o no- y tratarlas con mayor respeto, porque, aquí, entre nosotros, sí son, a menudo, motivo de displicencia, cuando no de desdén.
Soledad Gomis, periodista