Hace unas semanas que estoy de nuevo en Chicago. Aquí estuve de profesor y conservo algún amigo. La primera noche que volví a pasear sobre el puente de Michigan Avenue alcé la cabeza para contemplar mi rascacielos favorito: un cilindro acristalado que sube hasta el cielo y se confunde con su color. Como si su materia fuera el aire. Pero desde su erección esta torre ostenta en grandes letras el apellido de su patrocinador: Trump. Huelga decir que ahora más que nunca ese apellido gigante en el centro urbano de Chicago disgusta a mucha gente. Trump es el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos en las elecciones del próximo Noviembre. Esta ciudad americana es acusadamente liberal y vota a los demócratas. No quiere ver a Trump ni en pintura.
Por eso fue divertido ver una noche que los propios ocupantes del rascacielos habían dejado las luces abiertas de sus oficinas y apartamentos, de manera que dibujaban claramente un NO por encima de las letras TRUMP. Es la contrapartida del lema más oído en otros estados: GO TRUMP. Aquí, en cambio, todos dicen que es un hombre que simplemente está loco y que es imposible que llegue a ganar. Un judío me dijo: “No tiene la prensa a su favor”. Una católica: “Yo votaba republicano, pero esta vez sin duda a Hillary. Él no es un caballero”. Una episcopaliana: “Ni loca voto a este hombre, quiere echar a los latinos”. El rechazo de éstos es unánime, y el de la clase media-alta y los profesionales parece mayoritario. Pero está el enigma de lo que van a hacer los afroamericanos y la clase media baja que padece la actual recesión.
Un amigo que trabaja en la Reserva Federal me mira y confiesa: “…pero podría ganar”. Trump está loco, es un peligro, pero dice lo que piensa y lo que piensa mucha gente. Sabe que lo que dice le perjudica, pero aun así lo dice. A su manera, es sincero y honesto, y a muchos esta campechanía les gusta.
Norbert Bilbeny, catedrático de Ética