La futbolización

Érase una vez un país futbolizado.

Las declaraciones y contradeclaraciones desplazaron a los hechos.

Los ciudadanos se convirtieron en aficionados de sus partidos.

Algunos de ellos rebasaron la línea de la afición y se convirtieron en hooligans.

Las gradas de animación estaban lideradas por portavoces de medio pelo.

Con una mano en un micro y la otra en el teléfono móvil.

Las banderas colgaban de los balcones exhibiendo el equipo con el que uno se sentía identificado.

Las victorias se celebraban en plazas emblemáticas.

Los cánticos se oían por doquier.

Y los slogans a favor y en contra se convertían en arma arrojadiza.

Los periódicos se transformaban en periódicos deportivos.

Los periodistas antes apreciados por su rigor escribían desde el rencor.

Las derrotas siempre tenían la excusa del mal arbitraje.

Los gobiernos respectivos gritaban ¡Villarato! ¡Villarato!

Los despachos afinaban las sanciones a los jugadores.

Los jugadores ponían al límite el reglamento.

Las emociones enredaban las convicciones.

Para que el equipo contrario no ganara se deseaba activamente la victoria de otros.

En los partidos de alto riesgo se movilizaban a los antidisturbios.

Y si era necesario se enchironaba a los violentos que no ejercían violencia.

A los corruptos no, que en el futbol, como en todas partes, conviene tenerlos contentos.

Pero después de cada partido en qué sólo importaba la victoria,

El marcador no se movía

El empate era perpetuo.

Y nos quedó cara de premio desierto.

Tan desierto que estábamos sedientos

De política.

Xavier Vidal, periodista y librero

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