Dice la filósofa catalana, Marina Garcés (
Nueva Ilustración radical, 2017, Anagrama), que la impotencia de nuestra tiempo es lo que denomina como “analfabetismo ilustrado”: lo sabemos todo, pero no podemos hacer nada. Asistimos perplejos a escenarios que nunca imaginamos, o si lo hicimos, asumimos que sólo era una proyección improbable de las previsiones más catastróficas. Es un tiempo en el que la fascinación por las distopías (dibujar insistentemente en series de TV, por ejemplo, un mundo en el que el cambio climático ha devastado totalmente el planeta, pero también en el que el hemos vuelto a sistemas autoritarios) o por las “retrotopías”, que señala Zygmunt Bauman en una obra póstuma (añorar aquel mundo que no regresará), cabalgan dramáticamente sobre la posibilidad de imaginar colectivamente la sociedad que queremos y a la que aspiramos.
Es cierto que la sensación de impotencia es extraordinaria. El “mundo al revés” se ha convertido en algo habitual y nada anecdótico. Estos días, la activista y defensora de derechos humanos, Helena Maleno, o bien los integrantes de la organización Open Arms, son perseguidos judicialmente por arriesgar sus vidas para salvar las de aquellos que huyen de la guerra, del hambre, o simplemente aspiran a una vida mejor. Europa ha decidido claudicar de cualquier principio humanitario y de una agenda de mínimos en materia de derechos humanos, ante una extrema derecha que en muchos países ya se ha convertido en el 25 por ciento del electorado. Lo sabemos, nos escandalizamos, lo denunciamos con un tuit, e incluso nos solidarizamos económicamente o manifestándonos en apoyo de aquellas personas que han decidido que no hay nada más importante en sus vidas que salvar las de otros, aunque les cueste la suya. Es un tiempo de héroes virtuales.
Ante esa impotencia generalizada que atraviesa nuestros discursos, ante el tsunami diario de acontecimientos impensables hace tan sólo unos años, podemos ir más allá del escándalo y de la perplejidad. Es tiempo de resistencias. Una resistencia global, que convierta nuestra vida en una opción por denunciar y luchar, de la mano de otras (en una ONG, en un movimiento social, en una asociación, en un colectivo…), las injusticias. Es tiempo de resistencia comunitaria, que nos lleve a construir sociedad en un momento de individualismos y atomización consumista, creando y generando formas de vida y de organización social, económica y política, basadas en valores contrapuestos a los del pensamiento dominante. Y es momento también, diría el filósofo Josep Maria Esquirol, de “resistencia íntima”, que nos ayude a hacer silencio, y a por paradójico que parezca, a construir, en un momento de urgencias y de posverdades, el germen de un horizonte de esperanza.
Óscar Mateos, profesor de la Facultad de Comunicación y RelacionesInternacionales Blanquerna-URL, miembro del Centro de estudios Cristianismo y Justicia