Ahora que estamos en pleno período vacacional, hablemos de cosas serias. Es decir, de fútbol y del Mundial que acaba de finalizar. Porque, al parecer, todo el mundo se ha puesto de acuerdo en que ha sido un éxito rotundo de organización. Nadie ha tenido problemas (excepto las cuatro activistas de Pussy Riot que saltaron al césped durante la final), la seguridad ha parecido estar garantizada en todo momento y Rusia ha proyectado al mundo una imagen de país serio y fiable. Un país serio, fiable y moderno, no un viejo lobo expansionista que envenena a sus enemigos por las calles de Londres como piensan algunos.
A Putin la jugada le ha salido redonda. Su selección se ha comportado de manera heroica llegando contra pronóstico a cuartos de final y los estadios han lucido repletos de aficionados llegados de todo el mundo, que se han paseado durante días por las calles de diferentes ciudades rusas sorprendidos de descubrir un país en color y sin agentes del KGB en cada esquina. Sacudiéndose la imagen de país anquilosado y alérgico a todo aquello proveniente de Occidente, Putin saca rédito de esa ley no escrita que viene a decir algo así como que durante un gran evento deportivo, como un Mundial o, sobre todo, unos Juegos Olímpicos, solo deben reinar las treguas, la concordia y, por supuesto, las campañas de imagen de alcance internacional. Debió aprender de Mandela, quien utilizó de manera brillante la
Copa Mundial de Rugby de 1995, disputada en Sudáfrica, para reducir las fuertes tensiones raciales y, en definitiva, construir una suerte de nación unida que enterrara la estructura social y política heredada de los terribles años del apartheid.
Ya ven, esto de los deportes es una cosa seria. Durante un gran evento deportivo, los líderes se saludan amigablemente en los palcos, se escuchan los himnos de unos y otros con respeto, las banderas ondean juntas sin problemas… No se puede liar uno a escaladas militares o a romper pactos cuando “el balón empieza a rodar”, al menos durante unos días. Después, cuando se apaguen los focos, ya volveremos a gastarnos las mismas bromas de siempre; las que cuestan vidas, generan pobreza y provocan distanciamiento entre culturas. Visto lo visto, a veces cuesta dilucidar qué es una cosa seria y qué un simple juego.
Carles Padró, periodista