Hace unos cuantos meses vinieron a visitarnos a la redacción de El Ciervo dos jóvenes periodistas, a las que convocamos a una reunión. Ambas trabajan en una agencia de comunicación y nos ofrecían sus servicios para difundir los contenidos de la revista en las redes sociales.
Después de hablar con ellas en la sala de reuniones, el director y yo las acompañamos a la puerta para despedirlas.
Cuando llegamos al recibidor y estaban a punto de marcharse, una de ellas, viendo el mobiliario de uno de los despachos, nos dijo si podía hacernos una pregunta.
—Por supuesto, le respondimos.
Y entonces, nos preguntó:
—Pero, ¿ustedes todavía utilizan máquinas de escribir?
Nos quedamos sorprendidos por su curiosidad y le contestamos que están ahí hace muchos años en la redacción y en realidad no las utiliza nadie, pero se han quedado ahí como un mueble más. Nadie ha cuestionado su presencia en la redacción ni ha pensado en retirarlas, pese a que ya están fuera de uso porque tenemos ordenadores fijos y portátiles para trabajar.
La curiosidad de esta joven periodista me hizo pensar que nos había hecho una buena pregunta. Quizás creía que somos unos antiguos que no hemos modernizado nuestros equipos de trabajo y seguimos teniendo viejas máquinas de escribir en estos tiempos en los que la tecnología lo ha invadido todo. En realidad, están ahí en algún despacho porque forman parte del paisaje, y a nadie se le ha ocurrido que había que retirarlas o llevarlas al almacén porque ya no se utilizan.
Una de esas máquinas es de la marca Olivetti y está colocada sobre una estructura metálica, tiene reposapiés, ruedas y un ala en la parte izquierda con dos posiciones: una baja y otra alta que sirve como soporte de papeles.
No crean que esto va de nostalgias. Las máquinas de escribir están superadas por los ordenadores. Pero hay un par que siguen ahí, formando parte del mobiliario de la redacción de El Ciervo y, aunque no se utilicen, están en los despachos. Un respeto a su trayectoria y a sus años de servicio.
Eugenia de Andrés, periodista