Mosca pequeña / tu juego de verano / mi mano inconsciente / borró de la existencia. / De este modo comienza William Blake su poema La mosca, una sencilla pero profunda reflexión sobre el sentido de la existencia. Y prueba literaria de que hasta las cosas más banales pueden despertar en nosotros pensamientos profundos.
Como Blake, pero traducido a nuestro tiempo, tuvimos al principio del verano el zumbido de las moscas molestándonos desde internet. Organizaciones, figuras de prestigio y ciudadanos anónimos elevaban sus protestas contra la nueva directiva de la Unión Europea destinada a regular los derechos de propiedad intelectual, también en internet. Debido a ella no existirían más los memes, y la Wikipedia tendría que cerrar, advertían. Los eurodiputados contestaron mal y tarde, explicando a toda prisa que no se trataba de censurar la difusión de ideas intelectuales, sino de pagar a sus autores por la creación de las mismas. Y añadiendo a continuación, para alarma de todos, que habían excluido de esa regulación a la Wikipedia. Si habían hecho esa exclusión explícita, ¿significaba que difusiones de conocimiento similares a la enciclopedia online sí podían ser limitados? Con una respuesta afirmativa, el miedo parecía justificado. Tanto es así, que las wikipedias española e italiana cerraron sus páginas como medio de alertar al mayor número de usuarios posibles.
A lo largo del 4 de julio, y sin importar qué consulta lanzaras, lo único que podía verse en la Wikipedia en español era un comunicado. Que contenía frases tan significativas como éstas: «si se aprobase (la directiva), dañaría significativamente la Internet abierta que hoy conocemos. (…) amenazaría la libertad en línea e impondría nuevos filtros, barreras y restricciones para acceder a la Web. Si la propuesta se aprobase en su versión actual, acciones como el compartir una noticia en las redes sociales o el acceder a ella a través de un motor de búsqueda se harían más complicadas en Internet; la misma Wikipedia estaría en riesgo. (…) Queremos seguir ofreciendo una obra abierta, libre, colaborativa y gratuita con contenido verificable. Llamamos a todos los miembros del Parlamento Europeo a votar en contra del texto actual, a abrirlo a discusión y a considerar las numerosas propuestas del movimiento Wikimedia para proteger el acceso al conocimiento; entre ellas, la eliminación de los artículos 11 y 13, la extensión de la libertad de panorama a toda la UE y la preservación del dominio público.»
Cuando llegó el 5 de julio, sus euroseñorías no aprobaron la directiva. Y es que pocas cosas afectan más la decisión de los políticos que las protestas. De momento, fin de la historia. Pero para muchos internautas, las mocas no habían dejado de zumbar. En su comunicado del día 4, la Wikipedia había aludido al apoyo recibido por parte de Tim Berners-Lee, creador de la World Wide Web y del pionero de internet Vinton Cerf, además al de académicos y organizaciones centradas en la defensa de los derechos humanos, la libertad de prensa y el conocimiento científico. Pero omitiendo el hecho de que tanto los pioneros como los intelectuales firmantes se oponen también a que un monopolio centralice la difusión del conocimiento. Y más aún a que decida unilateralmente cerrarlo, dejando a los usuarios a ciegas. Con o sin quererlo, Wikipedia se había erigido en juez que sentenciaba sobre lo que pretendía denunciar. Guardián del conocimiento online, demostraba a sus usuarios que puede también secuestrarlo cuando quiera, sin directiva de por medio, y aspirando teóricamente a muy nobles fines.
La conclusión nos la anticipó Blake en su poema, inspirado por horas calurosas como estas de agosto. «No soy en esencia / una mosca también / y no eres acaso tú / humana igualmente. / Porque yo bailo / y bebo y canto / hasta que una mano ciega / quiera aplastar mi vuelo.» Será la directiva o será la Wikipedia, pero siempre habrá alguien dispuesto a anular nuestros derechos y libertades de un palmetazo. Especialmente si es suficientemente grande.
Pero aún nos queda un consuelo. Mientras internet tiende al monopolio en todas sus facetas, las bibliotecas públicas siguen abiertas, con un excelente aire acondicionado en su interior, además. Y allí la difusión de la sabiduría sigue siendo libre para quien quiera buscarla. También en préstamo.
Martín Sacristán, periodista y escritor